No son errores, son lecciones

Adriana Marín Martín: No son errores, son lecciones.

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Fracasar es un millar de veces más valiente que no intentar Daniel Habif Hace casi veinte años alguien, que sigue presente en mi vida hasta el día de hoy, me dijo una frase que marcó bastantes decisiones que he tomado a lo largo de mi existencia: “No se equivoca el que hace nada”.

Desde siempre he tenido una constante fijación por dar lo mejor de mí en cada acto o situación que emprendo, eso es algo bueno, y ahora lo sé, la razón es que fui educada en un hogar encabezado por una madre y un padre trabajadores, quienes de manera constante y esforzada procuraron (y lograron) en todo momento, dar lo mejor de sí mismos para el bienestar de sus hijos.

Afirmaciones como: si otros pueden, ¿por qué tú no?; el que persevera alcanza, al que madruga Dios lo ayuda, entre otras, sonaban a menudo en las pláticas que acompañaban los desayunos diarios que eran para mí un peso tremendo por la hora de entrada a la escuela y la constante demanda de cumplir de manera puntual con las obligaciones.

Hay encomiendas que se nos imponen a los seres humanos como parte de una formación, como estandartes de los valores que distinguen a un individuo. Al principio es pesado aceptarlas, la natural rebeldía del ser humano hace de ellas un conjunto de normas detestables, que operan como grilletes constantes en la adolescencia y la juventud. Al final, cuando uno llega a la edad adulta no tarda en descubrir que aquellos grilletes molestosos impuestos por los padres, no eran más que salvavidas para enfrentar la realidad.

Así me pasó, fue justo cuando salí para desafiar el mundo laboral, cuando las voces de mis progenitores se hicieron presentes como un eco, no sé si en mi mente, en mi alma o en mi corazón, pero dirigían de manera constante mis actos, mis decisiones y mis acciones, obligándome a actuar como el adulto que siempre vi en ellos de manera molestosa.

Era curioso mirar y descubrir que a pesar de lo que quería siempre terminaba haciendo lo que debía, recuerdo el frecuente nudo en la garganta luego de tomar decisiones que no eran las más atractivas ni deseables, pero sí las que debían ser. En esos momentos no sabía si reír o llorar, simplemente seguía.

Los años fueron pasando y las molestosas obligaciones se volvieron hábitos y costumbres, hasta llegar a conformar una forma de vida, lo difícil llegó cuando me obsesioné tanto con la idea de proceder siempre del modo y la manera más adecuados que el día que cometí un error sentí que el mundo se me venía encima, entonces apareció una persona, que con una sola frase sacudió mi mundo entero, y me hizo comprender, que cuando estás trabajando de manera constante es normal que en algún momento cometas algún error.

Todos estos pensamientos tomaron fuerza cuando llegó a mis manos el libro “Ruge”, de Daniel Habif. Un intenso ejemplar que muestra la importancia de actuar sin temor al error, del cual me quedo con esta frase: “Aceptemos lo poco que somos, pero lo mucho que valemos en este universo. Debemos esperar nada y todo, sin apego, simplemente esperar, y en la espera dejar que los cómos nos sorprendan”.

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