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Buenos días, estimados lectores. Hoy extraemos del sabucán un par de errores cometidos al hablar.

Hace muchos años mi padre me refirió un par de anécdotas estudiantiles. Más o menos fueron así.

En un homenaje al fundador de la entonces Universidad Nacional del Sureste, un alumno de la Facultad de Jurisprudencia -quien, por cierto, con el tiempo llegó a ser un magnífico abogado-, comparó a Felipe Carrillo Puerto con Emiliano Zapata.

Tras mencionar las similitudes entre la ideología y las circunstancias de esos líderes radicales, el émulo de Cicerón afirmó: “Las vidas de ambos son dos líneas paralelas que llegaron a juntarse”.

Las risas del público obligaron al orador a suspender momentáneamente su discurso.  Recuperada la compostura, el Demóstenes en cierne continuó serenamente con su disertación hasta finalizar. Muchos años después en el ambiente universitario todavía era recordada esa pifia.

Un buen gazapo, sin duda.

SORPRESA INESPERADA

Hace ya varios lustros, ante las principales autoridades del estado, en un parque meridano y ante la broncínea imagen de un héroe patrio, un estudiante de derecho pronunciaba un discurso de alabanza al ilustre varón.

De pronto, el tribuno empleó en su perorata la frase “una sorpresa inesperada”, la cual produjo discretas risas entre un público en su mayoría integrado por burócratas estatales.

El Diccionario de la Lengua Española indica que sorpresa es la acción y efecto de sorprender o sorprenderse. Es algo que se produce inesperadamente, algo imprevisto.

Según el lexicón, inesperado, a su vez, es algo que sucede sin esperarse; imprevisto, algo no previsto. Y previsto es visto con anticipación.

Entonces, si decimos una sorpresa inesperada estamos indicando que ocurrió “algo imprevisto que no esperábamos”. Un evidente pleonasmo o redundancia, pues la sorpresa no podemos prevenirla o ya no sería sorpresa. En el buen decir es suficiente con declarar sorpresa, sin agregarle el calificativo de inesperada.

Bonito gazapo que se comete con más frecuencia de la que nos imaginamos.

Hasta el próximo tirahulazo.

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