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La virulencia de la segunda ola de este virus que se resiente en Europa es tan dramática como la primera de principios de año; esta pesadilla que nos quitó de manera brutal el aliento y la esperanza en 2020, un año perdido para la humanidad, no vino sola, sino acompañada de jinetes del Apocalipsis, uno de ellos, la pobreza que lastima a la mayoría de la población del continente Americano; otro jinete, la influenza, prima hermana del Covid-19 y tan mortal como su pariente; uno más, los efectos de la naturaleza ante nuestra soberbia que la daña sin cesar con nuestro comportamiento destructivo: ciclones, tifones, terremotos, consecuencias adicionales que nos recuerdan lo vulnerables que somos frente a la adversidad.

En Yucatán, se agregan las inundaciones, producto de un ciclo de lluvias inesperado y que llenó de agua nuestro subsuelo y evita que se desplace el excedente al mar, que con las mareas altas pareciera que se niega a ayudar. Hay miles de familias afectadas que luchan por regresar a la normalidad en sus vidas, la naturaleza no se fijó en posición económica, tampoco en clases sociales. Hay damnificadas comisarías y áreas de vivienda de clase media, como suelen llamar a quienes tienen ingresos para lograr una vida cómoda; afectó también a quienes tienen un patrimonio mayor que la media, dirían clases altas. Quedó en evidencia toda nuestra fragilidad, haciendo aún más difícil llegar al final del túnel. Nadie se salva, todos quedamos expuestos.

Ahora nos llega una nueva advertencia: el virus regresa y con tanta fuerza como hace apenas algunas semanas atrás cuando nos arrodilló y masacró. Ahora debemos prepararnos ante su nueva arremetida, los cuidados que permitieron el descenso de la primera ola deben continuar, debemos mantener la guardia alta, cuidando al salir usar cubrebocas, lavarnos las manos continuamente, evitar estar cerca unos de otros y guardar la sana distancia, recordar a los hijos y nietos lo vulnerables que son las personas mayores que viven con ellos, tener las medidas de protección en los centros de trabajo, acudir a los comercios y restaurantes que están cumpliendo las medidas sanitarias.

Debemos recordar que el Covid llegó para quedarse, somos los ciudadanos, no las autoridades, los responsables de cuidarnos; estar alertas en esta contingencia es la mejor medicina. A los vecinos que continúan bajo el agua no les sirven las explicaciones técnicas de las razones de la inundación. Los Países Bajos nos demuestran que con tecnología e infraestructura se evitan estas dramáticas situaciones climáticas. No todo lo que está al norte de Mérida resulta mejor para vivir; los argumentos del pasado eran de estatus y que por la cercanía al mar la brisa permite que sean zonas menos calurosas, pero no sabíamos que se inundan precisamente por su cercanía al mar.

PD: diría Mafalda: Paren el mundo, me quiero bajar

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