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Los educadores yucatecos de principios del siglo XIX, afanosos y meticulosos como pocos, tenían como primordial tarea hacer de sus pequeños alumnos hombres cultos, de buena caligrafía y ejemplar comportamiento. El enseñar con el ejemplo fue uno de los métodos más usados, la memorización y práctica constituían parte importante de las horas dedicadas a la escuela, pero en todas ellas los maestros contaban con un importante apoyo, el libro de texto.

La tradición de los libros para la enseñanza es antigua, desde los tiempos virreinales se disponía de libros dedicados a este fin. La llegada de la imprenta a Yucatán en el año de 1813 facilitó la circulación de textos dedicados a la instrucción de los más pequeños y, a partir de ese momento, algunos materiales de enseñanza adquirieron cierta fama, ese fue el caso de Advertencias y preceptos útiles para la clase de menores, impreso en la ciudad de Mérida por Lorenzo de Seguí en el año de 1829.

En el año de 1846 esta editorial publicó nuevamente las Advertencias y preceptos, señalando que se trataba de un texto “corregido de muchísimos yerros de imprenta, que se notan en todos los que andan en manos de los niños”, el autor del documento era un “eclesiástico deseoso del aprovechamiento de la juventud en el idioma latino”. Es posible que esta nota aclaratoria se deba a que ese mismo año circuló.

Advertencias y preceptos útiles para la clase de menores (corregidos y aumentados) publicados por la oficina de José Dolores Espinosa, que lo publicó de nueva cuenta en 1855. Estos libros de pequeño formato no poseían diseños adaptados a los más pequeños de la casa, sus contenidos eran textos en latín con sus traducciones correspondientes. Al estar pensados para ejercicios de memorización no poseían imágenes que ayudaran a los niños a comprender mejor las frases y máximas que contenían.

Esta era la tendencia general para todas las publicaciones dirigidas a los niños, por lo menos durante las primeras cinco décadas del siglo XIX. Fue hasta finales de la década de 1860 que iniciaron a circular libros y revistas modernas para los niños, en tamaños pequeños, de nombres llamativos y contenidos amenos e ilustrados que pretendían llevar al niño a la reflexión y no a la memorización. La revista El Periquito de Ildefonso de Estrada y Zenea fue la pionera en este tipo de productos culturales, los niños y niñas tenían por fin su propio periódico.

Los libros infantiles y de texto son productos de gran demanda en la actualidad, la forma en la que ahora se elaboran responde a un largo proceso histórico de ensayo y error. Su importancia para la educación es innegable, pero también para el mundo editorial, que desde hace siglos dedica sus esfuerzos en producir libros ideales para la infancia.

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