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La palabra nos hizo humanos, configuró la forma en que nos comunicamos, estableció la posibilidad de platear-debatir ideas y sobre todo de dialogar a través del tiempo. El libro, compañero fiel de la palabra, es el depositario de historias, análisis, sueños, pasiones, aventuras y todo hecho humano. El libro es el testigo fiel de nuestra evolución como sociedad, y, en estos tiempos tan complejos de pandemia y redefinición humana, para muchos seres humanos ha sido un remanso de calma, comprensión y ayuda. El libro es mucho más que un simple placer. ¿Quién de nosotros no tiene o ha tenido un libro favorito?

¿Cuántos recuerdos no atesoramos en torno a los libros resguardados con recelo por su belleza física o por la importancia de su contenido? La gran mayoría de nosotras-nosotros recordamos mucho más que los libros de texto utilizados en el aprendizaje escolar, ahí en la memoria habita alguna edición de poesía, historia, filosofía o leyenda, alguna crónica de viajes o un tomo de cuentos, al igual que una buena novela leída en diversas ocasiones. Los libros nos transportan a lugares o nos dan la posibilidad de conocer y reconocernos, nos abren la mente y hacen que sintamos todo tipo de emoción.

Los libros han sobrevivido al avance tecnológico y los cambios de formato, soporte y presentación que han venido a diversificar las opciones lectoras, ahora podemos acércanos al pensamiento de una época, una corriente filosófica o una generación literaria con mayor facilidad, pero para aquellos que disfrutamos el placer de la lectura en el rincón de algún café, en la banca de un parque o el nicho hogareño, no podemos distanciarnos de la experiencia gratificante que resulta del pasar hoja por hoja los pormenores de una obra impresa, el libro en físico ha surcado contra viento y marea, manteniéndose a pesar de la censura y las dictaduras, de la inquisición y los prejuicios, para en pleno siglo XXI seguir ofreciéndonos la posibilidad de adentrarnos en el mundo de las escritoras y los escritores, en su quehacer y en la ruta siempre placentera de la imaginación y conocimiento humano, en ese sentido, los libros son también subversivos y revolucionarios.

La celebración del Día Internacional del Libro efectuada cada 23 de abril a partir de la Conferencia General de la Unesco de 1926, viene a recordarnos la importancia de valorar a la palabra como la depositaria de universos cosmológicos y cosmogónicos universales que se manifiestan en las diferentes culturas, así como de contextos específicos y particulares, que nos hablan de la grandeza del ser humano y la diversidad de realidades que a diario acontecen, entre mezclando los ideales utópicos y esperanzadores con los que Miguel de Cervantes Saavedra escribiera su gran obra Don Quijote de la Mancha, siendo que esta efeméride, refiere también a que este autor universal falleciera el 23 de abril de 1616.

Hoy celebramos al libro, a los autores y a la lectura, asimismo, debemos celebrarnos a nosotros por reconocer y apreciar el valor del libro, por disfrutar la lectura y difundirla como una herramienta pedagógica y como una necesidad humana, y lejos de cualquier fetichismo, celebremos al libro como una herramienta fiel de concientización y un imprescindible aliado en la construcción de “Un mundo donde quepan muchos mundos”.  

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