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Fui una niña de parque,también habían señoras de parque. Ese espacio público donde convergían las distintas generaciones para jugar, platicar, estudiar, desestresarse, romancear, vender. Extensión del hogar que ayudaba a transitar las diversas etapas del desarrollo y a  resolver los conflictos inherentes a cada una de ellas. Todos los niños teníamos un parque arbolado con fuentes que refrescaban el paisaje, al que acudíamos los viernes por la tarde para encontrarnos con amigos que sólo veíamos ahí para jugar o disputarnos un columpio o balancín. Las mamás tenían la oportunidad de desafanarse de la cocina y los quehaceres cotidianos, de encontrase con otras señoras para platicar “cosas de mujeres” que las ayudaba a resolver dudas o ventilar sus preocupaciones acerca de la crianza de los hijos. Para muchas, quizá, la única ocasión de salir sin el esposo.

Los niños aprovechábamos la libertad temporal para alejarnos con el triciclo por los senderos bordeados con setos de limonaria. Sentíamos la adrenalina de estar solos con un vehículo, prestos para huir en caso de encontrarnos con un robachicos. Esos seres con los que nos atemorizaban, mitología doméstica, pero efectiva. Los que no tenían patines, ni otro transporte con ruedas, jugaban pesca-pesca o busca-busca, también muy divertido. Así nos anochecía y cerrábamos cinco días de arduo trabajo escolar. Un boli o unas palomitas eran el broche de oro. Una semana menos para alcanzar la adultez que anhelábamos.

En los últimos cincuenta años hemos transitado por constantes cambios que modifican las formas de relacionarnos y de ver la vida. Nuevas rutinas, costumbres y enfoques van matizando los significados de los valores a través de los cuales regimos nuestros comportamientos. Lo que antes nos parecía divertido o adecuado, ahora puede ser aburrido e inconcebible. Las nuevas generaciones antes de la pandemia no entendían la existencia sin internet, ahora los adultos nos sumamos a esa idea y es que la vida ¡cuánto ha cambiado!

A veces la nostalgia secuestra mis emociones y quisiera encontrar el jardín de los senderos que se bifurcan, concebido por Borges; donde tuviera la opción de elegir entre distintas líneas de tiempo y por ende porvenires. Volver a moverme con la parsimonia que hacía los días largos y la vida, eterna; donde el tiempo no nos apresuraba y nos permitía ir paladeando y madurando nuestras relaciones con la familia y los amigos, en una frase: ¡Disfrutar la vida! Vida que ahora está amenazada por la naturaleza y por el mismo hombre. Opciones para huir de la distopía de la que al parecer no hay retorno.

El sociólogo Boaventura de Sousa Santos asegura con un optimismo trágico que el futuro comienza ahora. Sus fundamentos apuntalan a una nueva era marcada con la pandemia, como lo fueron en el pasado la Revolución Industrial y la Primera Guerra Mundial.

Como la esperanza es lo último que muere, yo la tengo en la Física Cuántica.

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