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La ministración era rigurosamente cada seis meses: dos uniformes para faenas de mahón (el de mezclilla estaba cayendo en desuso) color azul, uno de gala blanco con puños y solapas de paño negro, pañolón de tira negra, birrete blanco (gorra para la maestranza), par de calzoncillos y playeras blancos, zapatos de faenas (de los gorditos con suela de baqueta) y otros de gala marca GAMA. Y cada año: chamarra de servicios, chaquetón de paño negro y birrete de mal tiempo.

Ese era el vestuario que correspondía a clases y marinería en los buques de la Armada por ahí de los años 70, que incluía par de sábanas y fundas blancas y manta (grueso cobertor de paño) color azul, aveces hasta cubiertos de acero inoxidable nos entregaban en aquellos guardacostas recién llegados de Estados Unidos. Todo de calidad y durable, tanto que a veces acumulábamos zapatos, uniformes, pañolones y birretes. Realmente, nunca padecimos de vestuario y equipo.

A los oficiales les ministraban cada año, mediante una hoja de “100 puntos” que se asignaban a cada prenda. Recuerdo que la espada y el uniforme negro de gala o el MacArthur color beige eran los que valían más puntos. Ya como maestres u oficiales, varios mandábamos a confeccionar nuestros uniformes. Y es que, si de algo se precia la Marina es de tener muchos y variados uniformes para cada estación (verano o invierno) o dependencia (a bordo o en tierra), para cada ocasión u operativo (faenas, gala, camuflaje) y hasta para casarse, los de cuerpo de mando.

Y es que, el Libro de Políticas de la Armada dice que el uniforme identifica a sus miembros y refleja el orgullo de su profesión, inspira confianza dentro y fuera de la institución, por lo tanto, lo visten como un estándar visible de la excelencia y como un reflejo de la organización a la que pertenecen.

Recordé lo anterior al leer esta semana una nota acerca de que el Ejército recomendaba utilizar pastillas colorantes Mariposa, específicamente “verde ultramar 667”, para teñir los uniformes desgastados de los soldados de Infantería, cuyas tareas se han multiplicado. En un noticiero nacional hasta reprodujeron un video tutorial (que ya no está disponible en internet) en el que explican paso a paso el proceso para renovar las prendas y,con sólo 30 pesos, “prolongar su tiempo de vidas útil sin perder el color y textura”, dice un oficio de un mando de la Sedena en el que pone a consideración esta sugerencia. Obviamente, en aras de la austeridad, lo cual, no es mala idea, pero atrajo muchas críticas negativas.

Otra vez, una filtración echa por tierra algo loable y práctico, que puede contribuir a mejorar la imagen de nuestros soldados que, por cierto, siempre portan con gallardía sus uniformes. Esta indiscreción, para decirlo eufemísticamente, no es asunto menor, porque la delincuencia organizada utiliza uniformes originales o apócrifos de las fuerzas de seguridad y hasta del Ejército y la Marina para operar con impunidad. Por eso hay que tomar este asunto con seriedad.

Anexo “1”

Camuflaje “inteligente”

En septiembre de 2015, la Secretaría de Marina presentó el llamado “Uniforme Transicional de Cuarta Generación”, de camuflaje, para la Infantería de Marina. Se dijo que fue aprobado por sus altos estándares internacionales de diseño y se presumió que tiene candados de seguridad para evitar su falsificación, además de que, con la nueva tecnología, la dependencia sabe exactamente quién lo porta y dónde se encuentra. Su peso aproximado es de tres kilos, y puede utilizarse en zonas desérticas, clima frío o lluvioso.

Para dar una idea de la importancia del uniforme y sus características, al menos 80 uniformes existentes en todo el mundo fueron estudiados por la Semar, tomando en cuenta la fisonomía del marino mexicano. El elegido fue diseñado por Hypersealth, una compañía canadiense que ha elaborado unos 12 mil patrones de camuflaje en todo el mundo, incluidos uniformes militares y aviones de combate. La Marina obtuvo la patente de este exclusivo uniforme en 2016.

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