Mente, cuerpo, ¿identidad?
Breviario lector, columna de Patricia Carrillo Padilla.
Ceñirnos a la locución mens sana in corpore sano se ha convertido en todo un reto en la actualidad, algo que, quizá, debería darse de manera lógica, pero que en el vertiginoso vaivén de lo contemporáneo parece complicarse. Juvenal, poeta romano que acuñó esta frase, potencializaba la idea de que la salud mental y física están estrechamente ligadas, noción milenaria que en pleno siglo XXI parece tener que retomarse con pinzas hasta caer en la obviedad. Si a esto le sumamos la identidad, ¿hacia dónde va nuestro camino? El constructo de quiénes somos ¿radica en el cuerpo o en la mente? El debate podría ser eterno y una conclusión pacífica podría delimitarse en el equilibrio de ambos.
Pero hay historias en donde esto puede complejizarse más. En “El cuerpo” Hanif Kureishi perfila una novela breve en donde selectos sujetos pueden pagar para trasladar su cerebro a un cuerpo joven: un trasplante de la persona que eres, pero en una nueva carcasa sin los achaques de la edad, enfermedades o limitaciones. Lo sugestivo es que no te encierras en pensar que es ciencia ficción o el absurdo retratado, porque hay algo más poderoso que te hace seguir leyendo: la migración de toda una persona usando el cuerpo como un envoltorio.
Así, Kureishi nos presenta a Adam, un escritor sexagenario que lo tiene todo, y que tras algunos azares de la vida es convencido por Ralph, un jovenzuelo que asegura ser más longevo que él, para someterse a ese exótico tratamiento. Adam, como buen escritor, se muestra escéptico pero curioso: le duelen las rodillas, la espalda es un tormento, tiene hemorroides y si antes cruzaba todo Londres caminando ahora ese trayecto era imposible; eso sí, su mente seguía intacta.
Adam elige un cuerpo viril envidiable –un futbolista italiano con los mejores atributos– y se consolida la transacción. Escoge el plazo obligatorio más corto, seis meses, no sin antes cuestionar de dónde se obtienen los cuerpos, siendo la respuesta la más evidente: cadáveres. Poco tarda en dejar atrás sus divagaciones cuando puede explorar el gran cuerpo que ahora tiene, pero con la ventaja de la experiencia de quien ha sido seis décadas. Es una dicotomía interesante que se cuestiona el personaje ¿por qué nadie lo había pensado antes? Sin enfocarse en el debate bioético, si en nuestra vejez pudiéramos ser jóvenes de nuevo, pero con el conocimiento intacto, ¿ejerceríamos esa posibilidad? Para los Cuerpos nuevos es una realidad.
Así, Adam, renombrado como Leo, vive intensas experiencias, converge con otros personajes y es objeto de deseo no sólo sexual sino corpóreo: Matte quiere ese cuerpo para su moribundo hermano y lo conseguirá aunque tuviera que aplicar el estilo Repoman: a cualquier costo o por encargo. Finalmente, Adam-Leo obtuvo su cuerpo sano, pero con una mente atormentada por el anhelado retorno a su cuerpo anterior. La novela explora la crisis de su protagonista, reflexiona sobre su salud intrínseca y la dualidad, y deriva en la búsqueda del significado y propósitos de la vida sintetizada en una cuestión: la complejidad de la mente humana