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A propósito de las vacaciones de Semana Santa, recuerdo que por los años setentas esperaba este período de descanso escolar para pasarlo con mi abuelo don Nicolás Huchim Chi; como primer nieto, tenía especial atención de mi abuelo.

Preparábamos la ropa para estar dos semanas con él en Sayil, en su mochila de cotín acomodaba la ropa y la mercancía. Muy temprano había que levantarse y vestirse con los mejores trapos para tomar el autobús “El campechano”, en Muna, a las siete de la mañana. En esos tiempos, como era el único medio de transporte, iba repleto, porque había pasajeros que se trasladaban a Uxmal, la primera parada. Continuábamos hasta Santa Elena, donde bajaban unos y subían los que iban a Bolonchén, Hopelchém y hasta Campeche. La siguiente parada era Kabah, donde bajaban los trabajadores y algunos turistas. En la siguiente estación, que era el crucero del Km. 105, era donde bajábamos con la mercancía y la mochila; partía el camión y antes de tomar el camino de rodada el abuelo decía: Cambien su ropa buena por la ropa vieja porque hay mucho lodo en el camino.

Iniciábamos la caminata sobre una vereda donde solamente se veía la huella profunda de los jeeps de don Héctor Arana, que llevaban a los gringos a la Ruta Puuc. En un tramo había que retirar las tranqueras del rancho Kauil, para pasar a veces entre ganado, lo que daba mucho miedo porque podría cornearnos alguna res. El abuelo llevaba su rifle, si tiraba algún pavo de monte, eso sería la comida cuando llegáramos a Sayil; si eso no ocurría, don Samuel, que se quedaba de guardia, preparaba los frijoles para comer con la carne salada que llevaba mi abuelo.

En Sayil dormíamos en la casa que estaba frente al Palacio, tenía un pretil afuera, donde nos sentábamos a platicar todas las tardes con mi abuelo y entre la plática contemplábamos los cambios de tonalidad que experimentaba el edificio del Palacio antes de ocultarse el Sol. Llegaba la oscuridad y sólo escuchábamos el sonido de los grillos y a los pájaros nocturnos.

Cuando llegaban los jeeps con turistas, enseguida mi abuelo tomaba una libreta y los boletos que colocaba sobre una columna prehispánica que le servía de escritorio para cobrar la entrada.

Por las mañanas acompañaba a mi abuelo a chapear los edificios que los conservaba muy limpios, como hoy los mantienen Miguel Uc y sus compañeros.

Cada vez que voy a Sayil me trae muy gratos recuerdos la casa hoy arruinada, la columna y el lavadero de mi abuela; hoy no están ellos, pero aún permanecen en su lugar sus utensilios y su vivienda.

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