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Juan Góngora Castillo, Carlos Medina Ortiz y Freddy Cetina Amaya se reunieron en mi domicilio a las 7 de la mañana del sábado 17 de marzo de 1984 con el objetivo de ir a conocer el cenote Santa María de Oxcum. Juan iba a ser el guía de la aventura, pues ya había estado en aquel lugar y fue quien nos animó a visitarlo. En esta ocasión decidimos caminar desde Mérida hasta el mencionado cenote que está en las cercanías del pueblo Oxcum, muy cerca de Umán, a 17 kilómetros de la ciudad de Mérida.

Empacamos lo necesario en mochilas y partimos muy animados. Atravesamos las colonias del poniente de la ciudad, pasamos por las haciendas Xoclán y Opichén. Tomamos el camino de terracería que nos condujo a Tixcacal, otra hacienda. Entramos a la zona despoblada que está alrededor de Mérida y ya para entonces sentíamos el castigo de los rayos del sol.

Al llegar a Tixcacal aprovechamos para reabastecernos de agua y luego seguimos adelante. Cerca de las 4 de la tarde llegamos a nuestro destino. Acampamos muy cerca del cenote. Entramos a la cavidad, pero decidimos esperar un rato, pues estábamos muy acalorados por la jornada. Mientras nos refrescábamos conversábamos sobre diversas cosas y alguien me preguntó sobre la serpiente Tsukán, mito del ser que vive en los cenotes y cuida el agua, pues es la dueña del lugar. Así que les conté con todo detalle el relato. Pasó un rato más y yo me metí al agua. Observé que el sitio se trataba de una gruta inundada casi en su totalidad y desde donde estaba se podía observar que la cueva se desarrollaba un poco más a través de unos conductos. Me fijé que mis compañeros no habían entrado al agua y les pregunté a qué se debía. Uno de ellos dijo que sentían un poco de temor por la Tsukán. Pero al rato se zambulleron.

Al anochecer, cenamos con mucha alegría y nos acostamos a dormir sobre nuestras cobijas. En eso oímos el ruido de unos cencerros, lo que nos indicaba que un rebaño de vacas se acercaba. Uno de mis amigos preguntó si existía el riesgo de que el ganado pasara sobre nosotros. Le contesté que no sucedería eso, ya que los animales nos evitarían.

A las cinco de la madrugada empacamos nuestras pertenencias e iniciamos el retorno cuando aún estaba oscuro. Con paso firme fuimos avanzando en la soledad del camino. Pasado un tiempo y ya con la claridad del día, encontramos un bulto de ropa; lo revisamos y hallamos en su interior la cantidad de 1750 pesos. Como no habíamos visto a nadie a nuestro alrededor, decidimos tomar el dinero y dejar la ropa. Al llegar a mi casa nos repartimos el trofeo y ellos se fueron muy contentos a sus casas.

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