No es magia ni hechicería, es espiritismo
Aída López: No es magia ni hechicería, es espiritismo
No fue necesario estar geográficamente cerca de Francia y contar con medios de comunicación masiva para que Yucatán participara del movimiento espiritista organizado por una minoría religiosa, en la década de los setenta del siglo XIX. El antropólogo y escritor José Juan Cervera realizó una investigación acerca del primer movimiento en el Estado. El estudio se encuentra incluido en el libro “Los aguafiestas. Desafíos a la hegemonía de la élite yucateca. 1867- 1910” (2002), junto con otros tres ensayos que dan cuenta del ambiente religioso, político, económico y social que permeaba, cuando iniciaron los círculos espiritistas dirigidos por peninsulares ilustrados.
De acuerdo con la investigación, la doctrina se instaló en México durante la intervención francesa alrededor de 1867, afincándose en Guadalajara y de ahí a otros estados. En 1858 Allan Kardec, después de elaborar un marco teórico, fundó en París la primera organización espiritista. Escribió varios libros estableciendo sus ideas, que a la postre se tradujeron. Los orígenes de la doctrina los remontaba al inicio de la humanidad, debido a que la comunicación entre hombres y espíritus es ley de la naturaleza y gracias a los consejos de estos, la civilización avanzó. Interpretó los milagros, la presencia de ángeles, las profecías y curaciones, relatados en la Biblia, producto del contacto con seres etéreos.
Orientación moral y consejos prácticos llegaban desde el más allá a través Waldemaro G. Cantón, médium del “Círculo Espírita Peralta”, fundado en noviembre de 1874. El espíritu Peralta contó con su periódico quincenal para difundir sus mensajes. “La ley de amor” se fundó en 1876 para dar a conocer a la comunidad las recomendaciones de ultratumba. Progreso, Valladolid, Izamal, Temax fueron algunos de los poblados donde se fundaron círculos espiritistas cuyos integrantes eran de la clase media en su mayoría, aunque no exclusivo.
El movimiento se politizó entre conservadores y liberales, estos insistían en su carácter progresista, ya que las asociaciones con nuevas ideas son parte de la democracia y esta voluntad divina. A través de la encarnación encontraban explicaciones para la situación del individuo, de acuerdo a su libre albedrio el espíritu podía elegir las acciones que lo condujeran a la perfección o al retroceso. Esta visión evolucionista del espíritu fue de interés para las ciencias naturales y sociales durante el siglo XIX e influyó en su producción literaria. La iglesia también intervino.
El obispo Crescencio Carrillo y Ancona refutó la universalidad de las creencias espiritistas. Argumentó que se aprovechaban de la sumisión de la fe, burlándose de los castigos divinos. Años antes publicó: “El magnetismo animal y el espiritismo, o sea el demonio en sus relaciones con la humanidad” (1869), a fin de desacreditarlo antes de que llegara a Yucatán, sin lograrlo. El bien triunfó sobre el mal, a finales del siglo XIX los espíritus dejaron de tener a los médiums para contactarse, estos fueron muriendo y aunque dijeron que uno retornó, ni las fuerzas oscuras consiguieron que el movimiento trascendiera los albores del siglo XX y más allá