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¿Qué existe después de partir? Una pregunta que probablemente posea respuestas diversas según la concepción de cada persona, pero que, al final, nos sigue arrojando un resultado incierto, mismo que debiera acompañarse con un sólo sentimiento: el amor.

Es gracias a este mismo que subsistimos aún más allá de lo humano, de lo físico y del tiempo, pues su intensidad hará que nuestro recuerdo se encuentre siempre latente en cada uno de los corazones que tuvieron la dicha de palpar nuestra esencia. Por lo anterior, es que nunca nos vamos, pues solamente nos transformamos en luces que llenan de calor las almas ajenas, aquellas que son antorchas encendidas llenas de risas, palabras de sabiduría, música, amistad, caridad y fe.

Aquellas que, al mismo tiempo, tienen el increíble poder de transformarse en agua pura que ayuda a hidratar el corazón que tanto se desborda con el sufrimiento.

Es por ello, entonces, que sólo nos convertimos en parte del viento que, al tocar nuestra piel, nos hace recordar aquellos tiernos abrazos que en la vida brindamos. Nos volvemos también aromas inolvidables que viajan por el viento y llegan a los demás en forma de caricias con la frase: aún estoy y estaré junto a ti.

Somos luciérnagas y al mismo tiempo estrellas fugaces cuyo fulgor es efímero, pero al mismo tiempo hermoso, y es por lo mismo que resulta probable que los demás no vuelvan a percibirlo más que cuando cerremos los ojos y evoquemos el destello que llegó hacia nosotros y que lo convirtió en una de las cosas  más especiales que pudimos experimentar. Por eso nunca nos vamos, pues seremos siempre el pensamiento más agradable de quienes pudimos rodear, el acompañamiento tan importante de aquél que en su momento sufrió de soledad y el apoyo de quienes necesitaban un peldaño para seguir escalando.

Seremos siempre irrepetibles, pues nuestra naturaleza humana nos convierte en especiales, irreverentes, apasionados. Tal vez nunca seamos lo que los demás esperan de nosotros, pero sí seremos lo que siempre nosotros deseamos ser, sin miedos ni ataduras, pero con firmes convicciones de lo que creemos, podemos y soñamos.

Por ello siempre estamos de paso, porque sólo nos toca en este mundo caminar un poco de nuestra gran travesía, de aquella en donde compartimos todo tipo de alegrías, logros, tristezas y paz. Los corazones a menudo se rompen, pero también se remiendan con el recuerdo y serenidad, pues el hilo y la aguja para hacerlo la hemos dejado en las manos de quienes nos rodean, de aquellos con los que más anhelábamos estar, y con ello, la responsabilidad de preservar el eco de lo que fuimos, posee un nuevo relevo; uno que llegue con toda la gratitud y ternura, pero que sea capaz de pasar de mano en mano nuestra antorcha de historia, para que el legado nunca desaparezca, y por el contrario, sea aquella historia que se transforme en anécdota permanente, jamás en oscuridad, siempre presentes volando como las aves que cantan fuertemente en un otoño, pero sin nunca olvidar lo siguiente: nunca nos vamos.

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