Ojo en los semáforos

A veces, hasta en las cosas que vemos más pequeñas es necesario protegernos para evitar un mal mayor.

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El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra pese a la existencia de las historias para poder recordar y guiar nuestro caminar. A diario caemos en precipicios sin darnos cuenta por no mirar el pasado y menos el presente que olvidamos comparar con lo ocurrido en otros lados; tal es el caso de la seguridad que poco a poco va disminuyendo en lo que fue la tranquila ciudad de Mérida de hace 10 años y no se parece en nada a la que tenemos ahora.

A veces, hasta en las cosas que vemos más pequeñas es necesario protegernos para evitar un mal mayor. Antes el tránsito era más fluido, los semáforos menos y los vehículos poquitos; mirábamos a poblados grandes como la Ciudad de México con su tráfico estresante y asaltos en cualquier esquina pese a que te encontrabas en tu automóvil y eso porque el tiempo de espera en el semáforo y la densidad de vehículos es grande y así lo permite.

Algunas personas en esas ciudades se disfrazan de vendedores ambulantes, payasos o pordioseros y pasan carro por carro pidiendo limosna y cuando su presa, por buena fe, baja el vidrio del vehículo, sacan un arma y obligan a entregar algo más que unas solas monedas.

Frente a lo anterior hay que empezar a defendernos porque en cualquier momento nos puede pasar. Recuerdo antes lo raro que era mirar vendedores ambulantes, ahora en cada esquina te quieren enjaretar peluches o muy “amablemente” te limpian el parabrisas; ni qué decir de quienes piden caridad como estilo de vida y que hasta cambian de semáforo de vez en cuando porque saben en cuál les va mejor.

Las religiones, incluyendo la católica que profeso, dicen que la caridad es un acto que lleva a lo más alto nuestra humanidad, de hecho Dios nos pide mirarlo en el pobre y necesitado, aunque también estas religiones nos invitan a protegernos y, por tanto, como les comento, a negar esa “caridad”, palabra que entrecomillo porque de caridad no tiene mucho.

Primeramente porque una verdadera obra buena no es la que estás esperando que toque a tu puerta para hacerla con unas cuantas monedas, sino la que llevas a cabo con el corazón y se te dificulta más. En segundo lugar, miremos la ley, pues el Reglamento de Tránsito y Vialidad es muy claro en su título octavo artículo 162: se prohíbe ofrecer a los ocupantes de los vehículos mercancías o servicios, repartir propaganda o solicitar ayuda económica. Lo anterior por seguridad del transeúnte y del automovilista.

Nuevamente menciono la magia de la prevención y la prudencia, que es necesario hacerla crecer dejando de bajar la ventana, ya no dando limosna en las esquinas ni aceptando propaganda que son papeles que contaminan; así evitamos accidentes y asaltos en los semáforos, detenemos el abuso a menores que emplean como “mercadotecnia” algunas señoras al pedir dinero y evitamos que más personas tomen la caridad como un “modus operandi” de su economía.

Y aunque estoy seguro que no todos quienes se encuentran en los semáforos son malas personas, me convenzo de que la historia ha sido clara y nos tenemos que cuidar.

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