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A la medianoche del 31 de octubre de 1756 dos negras figuras se recortan por sobre los tejados de Venecia, iluminados tenuemente bajo la luz de la luna.

Bajan por una cuerda hasta llegar al espeso canal, al cual entran para alejarse nadando, incrédulos ante su suerte. Uno de ellos es Balbi, un fraile extraviado de la fe; el otro es Giacomo Casanova, aventurero, tahúr, escritor, alquimista, diplomático y, para muchas mujeres, el mejor amante del mundo.

Este hecho histórico y documentado sirve al escritor húngaro Sándor Márai como premisa para iniciar su novela “La amante de Bolzano”, que justamente comienza en los días posteriores a la heroica fuga de la prisión de los Plomos, donde la Santa Inquisición lo había encerrado y de la cual nadie había podido escapar.

Su huida no haría sino incrementar la leyenda en torno al Caballero de Seingalt, un personaje de carne y hueso del cual se han escrito ríos de tinta y cuya vida, de tan increíble y aventurada que fue, lo mismo ha ocupado tratados y biografías que historias de ficción, al grado que mucha gente piensa que semejante ser solo pudo haber existido en la fértil imaginación de escritores y cronistas del Siglo XVIII.

Sin embargo, Márai retoma el mito y elementos arquetípicos de su carácter para situarlo en Bolzano, una ciudad de la provincia de Tirol del Sur, en el norte de Italia, a donde el ilustre veneciano llega en harapos y sin dinero tan solo para alojarse en una hostería a crédito, únicamente respaldado por sus refinados modales, su talante aristocrático y la fama que le precede a donde quiera que vaya a pesar de ser un fugitivo de la justicia.


Es ahí donde su camino vuelve a cruzarse con el de Francesca, una joven de 20 años y la única mujer a la que ha amado en su vida, cuyo sentimiento es mutuo y no ha menguado a pesar de 5 años de ausencia. Poco habrá de imaginarse que su esposo, el viejo Conde de Parma, le pedirá a Casanova que pase una noche con ella a cambio de dinero y fortuna en todas las cortes europeas.

¿La condición? Que al alba ella se desengañe de su amante, curándola de su obsesión amorosa para que ella retorne satisfecha al lecho matrimonial.

La trama, aunque sencilla, funciona para que Márai despliegue sus enormes dotes como narrador, pues, a través de diálogos extensos y profundos, irá bordando un perfil psicológico del legendario amante, cuyo erotismo insaciable no es otra cosa que la evasión de su miedo al amor, la estabilidad y el tedio que conllevan, al tiempo que irá revelando a Francesca como una mujer libre, valiente y sin temor a la plenitud. Publicada en 1940, esta su tercera novela antecede a la que sería su obra maestra: “El último encuentro”.

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