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No podría tener más de 11 años. Eran apenas un par de días después de los festejos de año nuevo y yo me sentía nervioso y emocionado. Había pasado unas vacaciones visitando a la familia en la Ciudad de México y, por algún motivo que no recuerdo bien, pero que tenía que ver con el regreso a clases, tuve que volar solo de retorno un día antes que el resto de mi familia.

Cuando eres un niño -y en ese tiempo lo era, aunque no me veía a mí mismo de esa forma-, esas raras oportunidades de estar solo en cualquier sitio son importantes. Son el equivalente a quitarle el candado a la reja de la dependencia parental. Te otorga un margen de maniobra con el que se libera la realidad de tu personalidad. Claro que contar con la libertad de no ser observado, no implica que dejes de ser un niño, propenso a las tonterías y, como tal, sujeto a usar esa misma libertad para algo francamente estúpido. En mi caso, una cajetilla de cigarros.

Llegué a la casa vacía por la tarde, le llamé a mis padres para contarles que todo había salido bien y cuando llegó la noche utilicé el dinero que me habían dado para pedir una pizza y un refresco, para en su lugar requerir la pizza y una cajetilla de cigarros Viceroy.

El repartidor increíblemente aceptó entregármelos a pesar de que me miraba con sospecha. Al final, la noche terminó en un fiasco con consecuencias asquerosas; prendí el primer par de cigarros en el baño frente al espejo, porque uno de los mayores atractivos del cigarro es justo ese: ¿qué tan bien me veo con un cigarro en la boca? Entre el exceso de pizza y el horrible efecto que me causó fumarme media cajetilla en menos de una hora fue terrible. La posibilidad de estar solo, sin nadie que observe o juzgue mis acciones revelaron la realidad de lo que era; un niño menso, que sentía una enorme curiosidad por fumar.

No tienes por qué sentirte mal por mí. Todos hemos sido ese niño menso y todos hemos sentido ese atractivo impulso por lo prohibido al tener un poco de libertad. El otro día me convertí nuevamente en ese niño menso, cuando venía manejando a mi casa de madrugada y me entró un impulso por tirar un papel por la ventana del coche. ¿Lo hubiera hecho a la luz del sol, con transeúntes y otros coches circulando? No. Francamente no entiendo tampoco porque lo hice esa noche.

Estoy seguro de que como yo, más de una vez has sentido esa combinación de libertad con la tentación de actuar sin sentirte juzgado por nadie.
La libertad revela la realidad de lo que somos y lo que sentimos. Más allá de las cosas que decimos y de la imagen que los demás tengan de ti o de mí. Estar atentos a estos impulsos nos permite aprender un poco más acerca de nuestra forma de ser y abre una vía para el trabajo interno. Tratar de ser mejores personas, no solo a la vista de los demás, sino también ante nosotros mismos.

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