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Una de las maravillas del habla –de las tantas y tan extraordinarias creaciones del intelecto humano que se expresa con palabras, cualidad que nos distingue de otras especies, incluidos nuestros parientes cercanos en el mundo de los primates- la constituyen las vocales, esos cinco sonidos que, dicen los lingüistas y antropólogos, pueden ser emitidos gracias a las peculiares condiciones que ha desarrollado el humano a lo largo de siglos y siglos de evolución. Hablamos porque pudimos erguirnos sobre los pies y se nos destapó la garganta.

En español y en los otros grandes idiomas del mundo que usan al alfabeto latino esos sonidos son cinco, con algunas variantes. Sin embargo, una de las cualidades que caracterizan a nuestro idioma es que a cada grafía corresponde un sonido: así, A es A, E es E y sucesivamente, contra lo que ocurre, por ejemplo, en inglés, donde A se pronuncia EI; en griego, donde A es Alfa, E es Eta, O es Omicrón… Tener bien definido cada sonido para cada grafía facilita mucho las cosas a la hora de pronunciar las palabras. Casa se escribe casa y se pronuncia casa. ¡Alabado sea el espíritu de nuestra lengua!

Sobre este pequeño núcleo de los cinco sonidos –todos los cuales se pronuncian con “el tracto vocal abierto” (es decir sin obstáculos para el paso del aire), en contraste con las consonantes en cuya emisión en algún punto se cierra eso que los expertos llaman “tracto vocal”- se han construido toda la ciencia, la poesía, la literatura. Son tan extraordinarias las vocales que dan vida al idioma y ayudan a las consonantes a sonar: La B no podría existir sin la E: Be, y no digamos la H, que requiere de dos vocales. ¡Benditos los manes de movieron plumas e intelectos de aquellos heroicos amanuenses de San Millán de la Cogolla!

Sobre temas de la lengua, este instrumento de creación que es privilegio del ser humano, hoy quiero referirme también a un uso asiduo e inconsecuente de las mayúsculas en un tema específico: los tratamientos. Hace muchos años, por una consideración “de respeto” a los superiores jerárquicos, sobre todo en la Iglesia y la política, se escribían con mayúscula inicial: usted, excelencia, majestad, licenciado, doctor, etc., como aún hoy ocurre en ciertos documentos oficiales y periódicos.

Eso, sin embargo, no tiene ninguna razón de ser. Se trata de nombres comunes y como tales se escriben con minúscula inicial, a no ser que estén al comienzo de párrafo o sigan a un punto y aparte o punto y seguido. “No hay ninguna razón lingüística para escribirlos con mayúsculas”, dice la Ortografía de la Lengua Española (Pág. 468-470), como tampoco la hay, por los mismos motivos, tratándose de títulos y cargos: rey, reina, papa, presidente, gobernador, alcalde, ministro, y de profesiones y gentilicios… En el caso arriba mencionado, las abreviaturas sí van con mayúsculas: Dr., Psic., Mons., etc.

De ningún modo se incurre en desacato a quienes ostentan esos títulos, por más altos que estén en las jerarquías, y sí se cae en faltas de ortografía cuando se ponen con mayúscula inicial. Además, suena un poco ledz y arcaico.

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