|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Si bien la democracia es, hasta ahora, el mecanismo más eficiente para dar voz a la gente, hay algo en el ejercicio democrático que no termina de convencer, ya que las decisiones que toman quienes acceden al poder, no parecen estar en sincronía con las necesidades y expectativas de la gente. Una explicación de esta disonancia la proporciona Adam Przeworski, quien menciona que a pesar de que la democracia posibilita el hacer valer nuestros derechos, no genera automáticamente las condiciones para ejercerlos. La ciudadanía no se da como un impulso natural en todo individuo, sino que tiene que desarrollarse.

Otro elemento a considerar es que la democracia garantiza la igualdad política (todos y cada uno de los votos tienen igual “peso” o “valor”) sobre la base de la desigualdad social. En México, masas de pobres adquieren igualdad nominal sin tener la oportunidad de aprovecharla. En pocas palabras, no se puede ser políticamente igual si se es socialmente desigual, y queda de manifiesto que la democracia no garantiza la igualdad social o económica, únicamente la política.

De igual forma, la democracia es “vendida” como el poder emanado del pueblo (de hecho, la raíz etimológica del término significa, literalmente, el poder del pueblo: demos, pueblo, y kratein, gobernar). Pero el pueblo al que se refiere la democracia es una entidad, no una unidad; esto, por más obvio que parezca, pasa desapercibido al momento de inconformarse por las políticas establecidas. La democracia es la voluntad de la mayoría, no de cada individuo. Por tanto, en la búsqueda del ideal de autogobierno, menciona Przeworski, a lo más que podemos aspirar es a un sistema de toma de decisiones colectiva que mejor refleje las preferencias individuales y que deje a la mayor cantidad de personas satisfechas con la decisión.

Lo anterior puede observarse claramente en países que han implementado con éxito mecanismos de democracia directa como el referéndum. En 2018, la población de Irlanda votó a favor de legalizar la interrupción del embarazo hasta la semana 12. En 2021, el 64% de la población de Suiza votó a favor del matrimonio igualitario, con lo cual las parejas del mismo sexo no solo pueden casarse sino también adoptar hijos. Estas medidas, si bien promueven y protegen los derechos de las minorías o grupos vulnerables (mujeres, comunidad LGTBQ+), no gozan de la aceptación de toda la población.

La democracia directa es un claro ejemplo de cómo está evolucionando la participación ciudadana, al romper el monopolio de legisladores y jueces en la toma de decisiones relevantes de la vida en comunidad. En Yucatán, solo después del amparo promovido por colectivos y activistas ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el congreso aprobó el matrimonio igualitario, rechazado anteriormente por los mismos legisladores. Por lo tanto, ¿deberíamos impulsar en Yucatán y en México la democracia directa como mecanismo para devolver a la gente el poder cedido a una élite gobernante? En la entrega final analizaremos si el país está listo para dar este paso.

Lo más leído

skeleton





skeleton