Relatos de Tixkokob (I)
Relatos de Tixkokob (I), por Carlos Evia Cervantes.
El 27 de febrero de 2016 un grupo de alumnos de la Facultad de Ciencias Antropológicas, Natalia Quintanilla, del Grupo Espeleológico Ajau y un servidor, fuimos a Tixkokob para entrevistar Martín Humberto Vera Arcique, director de una escuela primaria y líder la Asociación Espeleológica y Subterrestre de Yucatán, de ese municipio.
Los objetivos de la visita fueron reafirmar los vínculos de colaboración con el grupo local de espeleólogos y saber si en la comunidad existía algún practicante de la brujería.
Cuando llegamos al domicilio de Martín Humberto nos recibió con mucha cordialidad. Después de los saludos de rigor le planteamos los objetivos de la visita. Hubo un intercambio de publicaciones que reforzaron nuestros lazos de amistad y posteriormente nos dio los nombres de cuatro personas muy conocidas por las actividades vinculadas a la brujería.
Al continuar la conversación pasamos al tema de la tradición oral y sin que nosotros hiciéramos más preguntas Martín Humberto nos contó que, hace 40 años, en Tixkokob existió un Wáay Chivo.
Que se trataba de un señor viejito que vivía solo, cerca de las vías del tren, en la periferia del pueblo. Por el mismo rumbo se aparecía mucho el Wáay Chivo y la gente se asustaba mucho. Se sospechaba que el anciano era quien se convertía en el mítico ser. Así que una noche se reunió un grupo de cazadores y esperaron al Wáay Chivo en donde generalmente se aparecía. Cuando lo vieron, le dispararon con sus escopetas antiguas. Lo hirieron en la pierna pero logró escapar.
Los cazadores fueron al día siguiente a hablar con el anciano y vieron que tenía una herida en la pierna. Le preguntaron que le había pasado. Él dijo que fue un accidente, pero no le creyeron. De hecho, así confirmaron que él era el Wáay Chivo.
Le advirtieron que debía de irse de la población; si no lo hacía, lo iban a matar. El viejito se fue y desde entonces ya no se vio más al Wáay Chivo.
Posteriormente Luis, el hijo Martín Humberto contó el caso de la hacienda llamada Kitinché. Este sitio siempre ha estado habitado por señores que viven solos. El último de ellos fue una persona alta, blanca y pelo rojo. Nadie sabía qué hacía para vivir.
Luis dijo que cuando él y sus amigos se escapaban de la escuela, tenían que pasar cerca de Kitinché. Sucedió que en varias ocasiones tuvieron que correr pues se sintieron perseguidos por un animal que venía detrás de ellos, pero sólo oían los ruidos de los cascos.
En una de esas ocasiones, un muchacho se atrevió a voltear para ver lo que les perseguía y vio a un gran toro negro con sus ojos rojos. Era Wantuul, el mítico y temible toro cuyo relato se encuentra en muchos municipios de Yucatán.
Continuará.