Risas en la reflexión filosófica
José Luis Ripoll: Risas en la reflexión filosófica
No te tomes la vida demasiado en serio. No saldrás de ella con vida. Elbert Hubbard
Decimos que un individuo tiene “buen humor” cuando se muestra permisible con todos, cuando observa una marcada propensión a estar alegre y complaciente. A simple vista pareciera que la filosofía y el humor no se llevan, son materias opuestas. Sin embargo, esto tiene sus imprecisiones. Solemos imaginar a los filósofos como gente seria, aburrida, que se expresan en términos complejos e imposibles para el entendimiento del ciudadano común. Es verdad, para muchos los filósofos son individuos pedantes, por no decir otros términos altisonantes. Personas que rayan entre la excentricidad y la introversión.
Los filósofos que han trascendido al gran público mediáticamente por redes sociales, televisión, radio, medios digitales, etc., han sido los que han roto esa condición convencional. Hay un halo de solemnidad que no tiene otra profesión.
La filosofía es diferente a otros oficios y profesiones. Por ejemplo, los toreros cuando salen al ruedo, “partir plaza” se dice en el argot taurino, son recibidos entre aplausos antes de que realicen la faena frente al burel, en el caso de los filósofos no ocurre eso, su trabajo es tan ambivalente, que cuando terminan de escribir una obra, los pueden llamar en sus casas a “lavar trastes” o simplemente poner “los platos de la comida”, incluso en la presentación de un libro, si acaso, al final del evento se emiten aplausos.
Una de las primeras circunstancias conocidas que caen en lo burdo de los filósofos es el viejo Tales de Mileto, caminando absorto con sus ideas cayó en enorme zanga callejera. Los propios diálogos en la República de Platón también tiene su dosis de humor, a pesar que pocos vean la comicidad. El Príncipe de Maquiavelo es una obra eminentemente humorística. Constantemente plantea escenas cómicas, llenas de ironía, entre la ética y la política. Sócrates, como obra literaria de Platón, ya que es lo único que conocemos de él, está lleno de humor: “Yo sólo sé que no sé nada”, es risa pura. El español Miguel de Unamuno es cómico pese a su ropaje de seriedad, cuando decía: “no quiero morirme, no, no quiero; ni quiero creerlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre…”. Desde luego que él sabía que estaba pidiendo lo imposible y sin embargo lo hacía.
Kant es un ejemplo de solemnidad y risa. Se sabe que era profundamente social e incluso gustaba contar algún chiste absurdo, como aquel filósofo que tomando una cerveza se encuentra con un ignorante y lo percibe tan asombrado que le pregunta: “¿Por qué se asombra tanto?”. A lo que el ignorante le responde: “como han podido meter la espuma en esa cerveza”.
En el terreno de las profesiones, los notarios públicos son lo opuesto a los filósofos, dan fe pública, certidumbre, mientras que los filósofos tienen por eje central la duda.
Diógenes “el cínico o el perro”, pareciera un cuento cómico de filosofía. Irónico, burdo, retador y antisocial enfrenta a Alejandro Magno en forma burlesca. Se sabe que en ese encuentro Alejandro le dice: “¿qué puedo hacer por ti?”, sin dudar, “el cínico” le reviró: “Quitarte de allá, que me tapas el sol”. Después Alejandro Magno diría, de no ser el guerrero del mundo, le hubiese gustado ser Diógenes “el perro”. El único animal que ríe, es el hombre. Es el único que se puede burlar de otros y de sí mismo.