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Hace muchos años, tuve cierto interés por conocer mejor, a un nivel más íntimo, a una chica que me parecía guapa, inteligente, formada en sólidos valores humanos y familiares, para que pudiéramos iniciar una relación más formal. Ella también era pretendida por otro joven. En algún momento durante el proceso, su mejor amiga se aseguró hábilmente de filtrar a ambos pretendientes el mensaje de que aceptaría de entre cualquiera de los dos, a quien tuviera la osadía de declararle su amor antes que el otro, pues le daba lo mismo.

Inicialmente, me decepcionó que ella no fuera capaz de evaluar las cualidades de ambos y formarse una opinión que fuera independiente del “timing”. Reflexioné eso con un grupo cercano de amigos, y me propusieron: “Si debido a ese mensaje ya decidiste no continuar con tus intenciones, llevémosle una serenata de despedida”.

Cumplimos con el objetivo, y al final la chica salió gentilmente a la ventana a agradecer la serenata. Al día siguiente me enteré que un par de horas antes, el otro pretendiente había hecho lo necesario para obtener su aprobación inmediata.

Hoy los mexicanos estamos a unos cuantos días de enfrentar una decisión de alta trascendencia para la historia de nuestra nación, y nos encontramos ante la disyuntiva de concederle a quien ocupa la titularidad del poder Ejecutivo, mantener el control absoluto y ominoso del Legislativo, del cual ha hecho un uso abusivo e insultante gracias a que posee una mayoría de incondicionales a su servicio; o hacer llegar a las curules de ambas cámaras del Congreso de la Unión, a tal cantidad de representantes populares, que signifiquen un sano balance para ese poder que pretende ser absoluto.

Pero nos estamos enfrentando a lo que considero una verdadera tragedia, que cualquiera me da lo mismo, puesto que ninguna de las fuerzas opositoras en lo general ha comprendido a cabalidad su misión trascendental en este momento de la historia de México.

En 2018, el país se hartó de situaciones insostenibles que no deseamos de regreso, corrupción generalizada especialmente, y eligió una opción de gobierno que en ese momento era una alternativa cualquiera. Convenía probar, al menos así lo consideró una gran mayoría de los votantes, al que ofreciera aunque sea un mínimo indicio de cambio y de mejoría. Eso lo entendió muy bien uno de los pretendientes, el problema es que fue el único que lo hizo, y lo hizo de primero.

Pero todo fue un engaño, si ha habido cambio alguno, solo ha sido para empeorar lo que ya no creíamos que pudiera estar peor. Hoy padecemos una ausencia total de liderazgo auténtico, visionario, comprometido, en los pretendientes que persiguen obtener nuestra preferencia. Tenemos un prospecto malo y otro que en más de dos años nos ha demostrado ser infinitamente más malo, peligroso y destructivo. ¡Por eso es bien importante, que el próximo 6 de junio, tengamos muy claro a quién la vamos a cantar una buena serenata de despedida!

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