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¿Cuáles son los retos de la cultura?, ¿de dónde viene el severo desinterés por las bellas artes evidenciado en la asignación del presupuesto federal?, muestra de esta inequidad es que el 24% del presupuesto cultural 2023: 3 mil 670 millones de pesos, será destinados a un sólo complejo cultural, el de Chapultepec; cuando en México se reportan otros 2,155 que no contarán con la misma voluntad. Sin duda, es claro que la mirada al arte, junto con sus efectos y afectos ha cambiado. Se nota una mirada más consciente de la notable influencia que ejercen las bellas artes en la sociedad, por ello se busca incidir en las problemáticas colectivas desde ellas, pero hay algo que se está pasando por alto, la sensibilización a los actores públicos que dirigen o redireccionan las capacidades culturales estatales.

Desde el 2019, el Plan Sectorial de Cultura (PSC), invita a que se vea a las expresiones artísticas como instrumentos de transformación social, ejes para el reforzamiento y reconocimiento de los tejidos sociales. Suena lógico, incluso obvio, usar a la cultura para sensibilizar a la sociedad respecto a temas lacerantes como: la discriminación, la homofobia, violencia de género, entre otras, pero, ¿se apoya este enfoque desde todas las estructuras de Gobierno?

No se puede generar un cambio a la política cultural, si se le sigue viendo primero como política antes que cultural. Es necesario contar con perfiles idóneos en la gestión y divulgación de las artes, pero, además, con un enfoque social-humanista contemplando los ODS de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Vivimos una etapa en donde el arte se politiza y se usa como un mecanismo de proyección, en donde generar un evento artístico masivo se considera “meta cumplida”, pero no es así, la labor cultural amerita congruencia, acción y evaluación del impacto social, si no tiene eso, no será más que una simulación. Hay pasos claves para dar cumplimiento a las metas federales de la cultura, pero más aún a las demandas de la sociedad.

1) Democratización: preguntar a la población qué es lo que espera de las instancias culturales de su municipio, dejar de dar por sentado “lo que necesitan” y salir a preguntar con herramientas de diagnóstico transparentes.

2) Horizontalización: que todas las personas tengan derecho a proponer y ejecutar sus intereses artísticos de manera equitativa.

3) Fortalecimiento del tejido social: profesionalizar a los actores culturales para articular sus expresiones artísticas a los retos colectivos de sus regiones. Tal vez, concretando estas acciones, poniendo al centro de la cultura a las personas (incluyendo a los generadores) y sus necesidades se lograría un mayor respaldo presupuestal.

Sin duda, las instancias públicas son las responsables de los actuales “afectos y efectos negativos” hacia la cultura, sólo queda hacer la tarea que siempre ha sido marcada: el arte debe ser un instrumento que coadyuve al desarrollo integral, y desde lo económico nos están recordando que es tarea pendiente.

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