La agonía de la naturaleza
Miguel Ángel Sosa: La agonía de la naturaleza
Hay muchas personas a las que no les importa en lo absoluto el cambio climático, pero que, de la noche a la mañana, son los primeros en quejarse cuando sienten sobre la ciudad los calores más sofocantes de los que se tenga registro.
Es ahí cuando las culpas apuntan hacia la Industria Contaminante del Mundo (así en mayúsculas, porque ese parece ser el gran enemigo… o al menos eso nos han contado). Sin embargo, en medio de la búsqueda de culpables se escapan a la memoria todas aquellas cosas que hemos hecho o dejado de hacer para cuidar, aunque sea un poco, al planeta.
En décadas pasadas, pulularon en México campañas de reforestación y cuidado del agua, de las cuales sólo queda en el recuerdo popular alguno que otro fragmento de las canciones que acompañaban los comerciales.
En la actualidad, “desidia” es una palabra que bien podría servir para englobar lo que un importante sector de la sociedad siente respecto a los temas medioambientales. Lo anterior no debe sorprendernos ya que, en un escenario plagado de un esnobismo exacerbado, la naturaleza y sus conflictos son cosas que carecen de suficientes “followers”.
Resulta curioso que a pesar de la poca atención que reciben los temas verdes, los efectos negativos causados por la depredación de los ecosistemas se resienten de forma directa en todos los rincones del globo sin importar condiciones sociales, razas y/o creencias.
El afán industrializador del hombre ha dejado de lado o, mejor dicho, ha enterrado las necesidades de los animales y las plantas. Al servicio de la tecnología, el desarrollo y la expansión están las minas, mares, montañas y todo aquel reducto de materia que sirva para producir dinero.
Forzando la máquina es como los seres humanos pretenden bañarse de progreso y satisfacción, echando a perder el único planeta habitable conocido es como la raza humana busca llenarse de gloria para dejar un legado de su paso por este Universo. Mientras tanto, la hambruna arrasa con pueblos enteros que se han visto forzados a emigrar debido a los efectos del cambio climático. Tormentas, deslaves, inundaciones, desastres aquí y allá, rompiendo uno tras otro los récords debido al poder de destrucción.
Al mismo tiempo, en otras partes de mundo, se siguen devastando selvas con máquinas dentadas que pregonan ganancias; se escarba la tierra para extraer todo los que hay en el subsuelo; se queman combustibles sin el menor recato mientras mueren las especies (el hombre incluido) con los pulmones llenos de hollín.
Evitar hablar del cambio climático no hará que éste desaparezca o que sus efectos sean menores. No hacer algo para remediarlo, aunque sea en el aspecto personal de la casa, la escuela o la familia, puede generar facturas muy caras que nadie será capaz de costear. Los ecosistemas tiemblan ante la insensatez humana, un día será demasiado tarde y ahí no servirá de nada llorar y lamentarse.