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El estrenó en streaming de la serie Tijuana pretende convertirse en un homenaje al quehacer periodístico, al llevar a la pantalla una historia sobre un grupo de periodistas de investigación que tratan de descubrir la verdad detrás del homicidio de un candidato y las consecuencias que traerá consigo la cobertura de ese suceso.

La serie abre con una marcha silenciosa sobre la avenida principal de la ciudad, en protesta por el asesinato del fundador del semanario Frente Tijuana: Iván Rosas; una vez que llegan a la sede del gobierno, hacen un pase de lista de los periodistas (éstos de la vida real) que cayeron abatidos por el narcotráfico o por sicarios. Acto seguido, vemos el asesinato del candidato a la gubernatura del Estado, cuya cobertura desenmascara una serie de conexiones entre el narcotráfico, las prebendas empresariales y el ajedrez político.

El candidato asesinado será el detonante para descubrir cómo su plataforma de campaña, emanada de un gremio de obreros de las maquiladoras, afecta casinos, tráfico de personas, consumo de drogas y una intrincada red de complicidades institucionales que mantienen a la ciudad como un paraíso para la delincuencia organizada. El camino que recorren los periodistas está plagado de amenazas, secuestros y advertencias de las fuerzas policiales y criminales para que detengan las investigaciones.

Frente Tijuana se mantiene con el pago de suscripciones y escasa publicidad empresarial, ya que su línea editorial y el compromiso con la verdad lo dejan fuera de los presupuestos de comunicación social gubernamental y municipal (como ocurre en muchos estados donde el silencio y la ausencia de investigación periodística se debe a la necesidad de permanecer en el presupuesto institucional). Esos recursos destinados a mantener en silencio a los medios de comunicación, estrategia tan efectiva que va desde la asignación de dinero mensual hasta los sobres a reporteros en las jefaturas de prensa, han convertido muchos medios en reproductores de boletines. Una frase que enmarca bien esto es pronunciada por la contadora del semanario: vale más un puesto de quesadillas en la calle que nuestro negocio.

Pese a estas adversidades, en los once capítulos que componen la primera temporada vemos cómo avanzan en la cobertura de la información: sus relaciones con partidos, empresarios corruptos, polleros taimados, jefes de prensa de dependencias de seguridad, conexiones donde menos creen y que revelarán fragmentos del panorama completo sobre el asesinato de un candidato que podría cambiar el rumbo de una ciudad tan golpeada por la violencia desde principios del siglo XX.

Para quienes estén interesados en conocer más sobre cómo funcionan los medios de información, la serie nos permite asomarnos a esas interminables reuniones para decidir el enfoque de una nota, las jornadas de reporteros que no terminan si aparecen nuevas pistas, la violencia que envuelve al oficio en el norte del país. Quienes crean que esto es ficción pueden consultar en internet la historia del semanario Zeta y de muchos otros medios que cerraron ante la inseguridad, la negativa del gobierno a protegerlos y cómo se valen de estrategias como bloquear el acceso al papel, a las imprentas, auditorias, etcétera, para impedir que un periódico circule. Hoy, más que nunca, alcanzar el ideal de verdad es el negocio más peligroso.

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