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El llover no siempre es un acto externo. Por supuesto que cualquiera con tres dedos de frente sabe que la lluvia supone una cantidad de agua que cae desde arriba, por ahí donde las nubes tienen nombres y la magia de la condensación desencadena una precipitación más o menos extensa que cubre los espacios destinados a humedecerse. Aunque no siempre es así.

La lluvia también tiene deseos y a veces escoge quisquillosamente en dónde se posa y cuánto líquido suelta. ¿Cómo te explicas que aproximadamente, en un radio de cuatro cuadras puede llover, y en el otro extremo la sequía brille con un sol esplendoroso? Hay algo de científico en ello, pero también hay algo conspirativo. Como aquellas ocasiones en las que uno camina por la calle y sientes que en cualquier momento se desata una tromba. Te ajustas, por supuesto. Eres consciente de la sensación previa al humedecimiento y optas por caminar más rápido para evitar mojarte.

La cosa es que, en esta ocasión el sonido del líquido que se acumula en el pavimento no viene de fuera, sino que va por dentro; nos llovemos. En el interior se siente que la lluvia interna ha rebasado los tobillos y ahora se dirige hacia las rodillas; lo cual naturalmente hace que caminemos con dificultad. Nadie puede percibir este fenómeno, excepto algún ojo curioso que se fije en el desbordamiento apenas visible en un rostro desfigurado por el llanto.

La poeta rusa Bella Ajmadúlina, en su poema “Un cuento sobre la lluvia”, que por supuesto no es un cuento, lleva entre versos la narración poética de cómo la lluvia se ha posado sobre la espalda de una voz sin nombre y no planea despegarse de ella. Se ha colgado de sus hombros y a pesar de que la mujer le insulta para que la deje, la lluvia permanece y la sigue. No sabía qué quería de ella pues un destino más adecuado eran las legumbres y las flores; la mandó ahí con una sentencia firme pero el resultado fue el mismo. De pronto, se las ingenió para meterse a un café y se resguardó por un tiempo. Al salir, una bofetada de agua le hizo entender que la lluvia estaba en ella para quedarse. Intentó cubrirse, pero la lluvia comenzó a pellizcarle la oreja. ¿Quería decirle algo? Y si ese fuera el caso, ¿qué mensaje trataba de dar?

Entiendo, por la insistencia, que en esas situaciones la solución podría ser interna. Lo mejor sería abrir la llave, dejarnos fluir. Entonces quizá la lluvia entendería que todo cuanto acumule dentro se absorbe; nos ayuda a crecer.

 

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