Un laboratorio del recuerdo
La literatura de Alejandro Zambra tiene personajes irremediablemente nostálgicos, cursis, humanos.
He leído tantas veces la literatura de Alejandro Zambra, que a veces pienso que son sus libros los que me leen a mí. Admito que he comprado al menos cuatro veces más de uno de sus textos. Durante algún tiempo tuve la intención casi inquebrantable de escribir una tesis sobre Formas de volver a casa. Y creo que le he pedido a casi todos mis amigos cercanos como un favor, aunque sea por convivir, que chequen alguna de sus novelas.
Me gusta la banalidad, la falta de clímax, los personajes irremediablemente nostálgicos, cursis, humanos. A decir verdad, a veces me siento como ellos. Escucho a Simon y Garfunkel en las madrugadas. Bailo solo (bajo los efectos del ron) Alone again de Gilbert O´Sullivan. Y me repito, al igual que un mantra, que escribir es otra forma de mostrar la cara.
Creo que los lectores somos como Julio, el protagonista de Bonsaí, ya que nos da más vergüenza no haber leído a Proust que aceptar nuestra adicción al cigarro y al pisco (aunque de ese sé muy poco).
Y debo reconocer que al final de cada página uno siempre termina extrañando. Extrañando con fuerza pero con método. Haciendo de nuestros más tristes sentimientos una ecuación de matemáticas, un laboratorio del recuerdo.
Hay una escena en Formas de volver a casa que confundo todo el tiempo con un pasaje de mi vida, en la que el narrador y su madre se encuentran a medianoche en el desayunador (tal vez no es así, pero me gusta imaginarlo de esa manera) y discuten sobre los hijos que abandonan a los padres. Pero principalmente acerca del amor y la soledad.
Alejandro Zambra forma parte de una generación reciente de autores latinoamericanos, que hoy relatan una historia íntima pero universal. Aprovecho que no tengo un libro suyo frente a los ojos: esto no es un homenaje, es mi forma de dar la cara.