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Uno desde Tizimín, donde trabaja y vive con su familia –es pedagogo igual que su esposa–, y el otro desde Tulum, donde está viviendo por cuestiones laborales y viene a Mérida casi cada semana a ver a su mujer y sus padres, mis dos hijos llegaron anteayer sábado por el mismo objetivo: festejar a su madre, que cumple 65 primaveras, 41 de las cuales han sido casada conmigo.

Para nadie es un secreto que en cuestiones sentimentales las mujeres reciben de sus hijos e hijas más que los hombres. Eso es evidente fruto de las relaciones que se establecían en la familia, pues generalmente el papá se iba a la calle a ganar dinero para cubrir las necesidades de todos, y la mamá se quedaba en casa para atender, curar, educar, mimar y consentir a los retoños. Hoy afortunadamente esos roles se distribuyen un poco mejor.

Lita, como le dicen mis dos nietas a nuestra festejada –y por eso yo, obviamente, soy (abue)Lito–, cumple años hoy lunes 22, pero por cuestiones laborales de sus hijos el pequeño festejo lo hicimos el sábado. Así que esta reunión ocurre seis días después de que, el 14 de este mes, debió celebrarse el Día Nacional de la Familia, instituido hace unos años por el gobierno mexicano, que en la actualidad parece estar más ocupado en legislar para que todos podamos drogarnos libremente con marihuana, y así podamos “desarrollar plenamente nuestra personalidad”.

Eso sí, el domingo 14 se realizaron en la Ciudad de México y en otras muchas ciudades y poblaciones menores del país manifestaciones, varias de ellas parcialmente violentas, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Pero de la familia tradicional nadie se acordó, lo que nos da pie a decir una vez más que por ese relegamiento estamos como estamos, con decenas o cientos de muertos diariamente, víctimas del crimen organizado o desorganizado.

Dicen algunos que México es campeón en la creación e implantación de leyes para proteger especialmente a cada sector de la sociedad; prácticamente hay una ley para defender a cada uno de los tipos de personas que viven en este país. Nos parece que eso no debería ser necesario, que debería bastar una ley para castigar con todo el justo rigor a quien mate o agreda a quien sea: una mujer, un anciano, un niño, un obrero, un ingeniero, un empresario, un animal... Pero no, educados en el egoísmo, muchísimas veces sin la presencia del padre y la madre, cada uno de nosotros se cree más importante que los demás y, por tanto, exige leyes particulares que le den protección especial.

En fin, probablemente tengamos tiempo, antes de morir, de comprobar que el menosprecio a la familia tradicional nos saldrá muy caro. Mientras tanto, ¡felicidades a Lita! que no necesita salir a la calle a pintarrajear monumentos o echarles gasolina a grupos femeninos, para demostrar cada día y cada hora que sin mujeres este mundo simplemente no funcionaría.

 

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