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El día de hoy vi una publicación de un amigo que sigo desde hace ya varios meses. Él es Ricardo Guerra de la Peña, joven escritor y educador que ha llamado mi atención por la manera honesta y distinta de construir sus mecanismos de compartir.

Ricardo ha llevado por un año un taller abierto a todo público en el Centro Cultural José Marti (enfrente del Parque de las Américas).

A distancia me parece que estos talleres que él organiza buscan articular una participación para crear y también para sanar. Yo he sido testigo de cómo este enfoque es diferente a muchos otros que he presenciado. El taller de escritura es una especie de foro sagrado que debe de ser manejado con muchísimo cuidado y respeto. Cuando la gente asiste a ellos deposita una confianza enorme en los talleristas. Es responsabilidad del guía y maestro manejar con suma prudencia al grupo porque si no las cosas se pueden ir al traste y en vez de ayudar al tallerista lo puedes sumir en un gran conflicto.

Yo he asistido a varios talleres. Muy dis￾tintos pero me gustaría destacar el de Arturo Córdova Just en la Ciudad de México. Arturo, con un compromiso frontal sacaba lo mejor de sus alumnos con una mezcla de dramaturgia y articulación grandilocuente. Era muy contrastante y hermoso ser parte de un taller de Arturo. Porque esa grandilocuencia no se trazaba desde el ego sino desde el afán íntimo y un deseo de compartir. Con él muchos otros escritores como Jimena Lobo del Campo, Patricia Fernández Robinson y yo aprendimos a leer a Borges. Sentir la obra propia como algo sagrado, y valorar nuestros textos. Sus clases han trascendido en mí de una forma que creo apenas voy digiriendo.

Regresando a Yucatán y a Ricardo, los talleres que él imparte parte de una premisa paralela. Crear un círculo de confianza, y trazar sobre este sitio de paz elementos que germinen textos con raíces sanas. Esta es una tarea enorme. Cuando uno escribe también suceden elementos de toxicidad, cuando uno lee o escucha otros textos se mueven muchas cosas. 

Moderar este tipo de talleres son como balancear una terapia comunitaria en donde las limitaciones son exhaustivas. Pero a través de lo que he podido observar Ricardo ha podido hacerlo de una forma honesta, abierta y en constante evolución.

Desde esta columna me gustaría felicitar a Ricardo Guerra de la Peña. Esperando ver más aniversarios de sus gestas, heroicas y sinceras. De estas que en Yucatán y el mundo hacen mucha falta.

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