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Hace algunos años mi padre me llevó al box. Recuerdo que, hasta el momento de llegar ahí, no había sido capaz de escoger la emoción que mejor definiera mis expectativas. Ver a una persona que lucha contra otra no era una idea que me desagradara. En la familia tenemos los puños prontos y ese gen parece haber llegado a mí saltándose varias generaciones. Estaba emocionada.

Me miro sentada con un refresco en la mano, cacahuates en las piernas y observando cada detalle que conformaba el evento que sería mi primera función de box. Reinaba el olor a cerveza y a fritanga en combinación con un aire denso que parecía estar cargado de adrenalina; provocando gritos por demás interesantes entre las señoras y los señores que apoyaban a su combatiente favorito. Una escena peculiar.

Previo a “las estelares” vimos la pelea de un hombre que desde su primer upper perdió la energía. Luchaba como si en los guantes llevara piedras que le impedían levantar los brazos para defenderse. Su resultado fue malo. Sentí pena casi al mismo tiempo que escuché decir en la voz de una mujer: “Pues le van a pagar de todos modos”.

Al final del show, lo vi mirando la función principal. Vestía un pantalón de mezclilla, una camiseta blanca y cargaba una mochila en sus hombros. Las manos las tenía dentro de los bolsillos y su aire en general oscilaba entre tristeza y resignación. No lo olvido.

Hoy, la lectura que llega a nosotros trajo este recuerdo como un pequeño golpe nostálgico. “Una de dos”, cuento del escritor mexicano Juan José Arreola, narra los pensamientos posteriores a un combate, esos que normalmente no conocemos y pasamos por alto porque estamos acostumbrados a olvidar a quienes pierden. El show termina con la última campanada.

Un hombre a quien no conocemos comparte la batalla que ha tenido contra un ángel. Nos explica que desde un principio tuvo muy pocas probabilidades de ganar y que no fue una lucha, sino más bien una defensa. Menciona también el ambiente de juerga anterior e inferimos que no se trató de una pelea profesional. Pronto evoca a su familia como un pasado remoto y la confusión lectora se hace presente. ¿Dónde peleaba y por qué?

Aparecen palabras que aluden a cuestiones médicas y entendemos que ganó una batalla entre la vida y la muerte. Como él, y como el boxeador de mi recuerdo, sabemos que nuestras luchas son diferentes y las ganamos día tras día, a pesar del resultado; porque la gran batalla futura no nos corresponde, ya la tenemos perdida.

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