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Hay en nuestro mundo actual una casi predilección por la tristeza, pareciera que reconocerse como alegre es algo un tanto primitivo, para gente sin un adecuado desarrollo intelectual, como si la tristeza fuera una parte intrínseca del conocimiento y, peor aún, de la sabiduría; pareciera que la alegría en este mundo es cosa de simples, de incultos. Si eres muy alegre y lo demuestras no pocas personas te verán con extrañeza, casi como si algo no estuviera bien en ti, como si el ser alegre estuviera reñido con la seriedad, la reflexión e incluso el desarrollo espiritual; se vendió la idea de que la erudición, la estatura moral, la brillantez de la mente, la seriedad personal se encuentran un tanto reñidas con la alegría.

Hace algunos años tuve ante mis ojos un libro que explicaba algo muy interesante: los famosos siete pecados capitales en un principio habían sido ocho, ya que se consideraba a la tristeza como el octavo, siendo San Gregorio Magno quien decidió eliminar a la tristeza de la lista de esas faltas, ya que la equiparó con la pereza eliminando a aquélla de la lista. Por muy Magno que haya sido San Gregorio, de esta manera nos evitó la posibilidad de considerar a la tristeza como lo que es, un pecado capital, bueno sería que a todos los cristianos les quedara claro que la tristeza es un verdadero pecado.

Es muy importante aclarar que la tristeza no es lo mismo que el dolor, éste es parte inherente de la realidad del ser humano, pero, como muchos ya saben, mientras el dolor es inevitable la tristeza es opcional; tampoco es posible evitar del todo la tristeza, cuando el dolor nos agobia nuestra propia humanidad nos hace caer en ella, incluso aquellos más felices han tenido en su vida que experimentar la tristeza en diversas ocasiones.

Un refrán chino asegura: “No puedes evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre tu cabeza, pero sí que anide en tu cabellera”, porque efectivamente nos llegarán sufrimientos en la vida, pero será decisión nuestra permitir que las tinieblas de la tristeza permanezcan junto a nosotros o no.

Aun las neblinas más cerradas acaban siendo rasgadas por la luz del sol, siempre que nosotros permitamos al astro rey entrar por todas las ventanas de nuestra vida.

La alegría es una decisión, la decisión de aquellos valientes que contra el dolor de cada día optan por no dejarse vencer y saborean de cada instante la alegría a la que está destinado el ser humano, y para luchar contra la tristeza bueno es recordar lo que bien decía mi eterno José Luis Martín Descalzo: “Las penas compartidas se dividen, mientras que las alegrías compartidas se multiplican”.

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