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Me gusta el futbol soccer, sin embargo, jugué beisbol de niño y uno de los miedos al practicarlo fue recibir algún golpe de la bola lanzada por el pitcher. Me imagino en el beisbol profesional recibir un golpe con un lanzamiento del calibre de las 95 millas por hora, o sea, 152.88 kms. por hora, sería algo terrible, a pesar de ser una pelota de apenas 7 cms. de diámetro; la velocidad la convierte en un proyectil.

Imaginemos ahora un cuerpo de aproximadamente 14 kms. de diámetro, viajando en el espacio a una velocidad de 72,000 kms. por hora (20 kms. por segundo), o sea, un mega proyectil, frio y oscuro. Ahora imaginemos que este cuerpo entra a nuestra atmósfera y pasa de ser un proyectil frio a convertirse en una horrorosa bola de fuego viajando a esa espeluznante velocidad y de un largo aproximado a 140 manzanas de terreno. Este impacto fue algo catastrófico y razón de sobra para afirmar la extinción de los dinosaurios y otras especies; la Península de Yucatán debe su existencia a ese evento de hace 65 millones de años con consecuencias en nuestra geografía tan única y especial, con un terreno de piedra en donde es común descubrir conchas y fósiles marinos a flor de tierra, con un anillo de cenotes único en el mundo, y en las profundidades de la tierra, enormes yacimientos de petróleo y piedras preciosas.

A partir de ese evento se fueron creando las condiciones idóneas para el nacimiento de una nueva raza de seres vivos. Con el paso inexorable del tiempo apareció en la tierra una especie que resultó la predominante, animales muy diferentes en cuanto a una conexión especial e íntima con su progenitora, una relación que conectaba la subsistencia a través de membranas sagradas que manaban leche milagrosa: los mamíferos.

De ahí en adelante la evolución y la mano de Dios hicieron el resto; prefiero pensar en los monos como otra especie diferente al ser humano. El hombre trae desde su origen un sello distintivo, intencional y sagrado, nacimos como especie primitiva que evolucionó hasta la actualidad y no dudo que seguiremos evolucionando, pues nuestro destino está en las estrellas (de dónde sin duda venimos). “Del cielo”, como dicen otros.

Yucatán tiene así el honroso mérito de ser cuna de la vida. Cuando pienso y analizo este hecho, reflexiono: ¿por qué algunas personas del centro de la República mexicana tienen la costumbre de decir “si nos pasa algo nos vamos para Yucatán” ?, como diciendo que acá “no pasa nada”, cuando en realidad deberían decir “en Yucatán no puede pasar más nada, ya pasó casi todo”. Efectivamente, en esta bendita tierra del Mayab sucedió quizá el mayor fenómeno natural de nuestro planeta y muy difícil que pase algo mayor al Meteorito de Chicxulub así que sirva esta reflexión para animarnos en estos tiempos de pandemias y guerras: “no nos puede pasar nada peor”, “lo peor ya pasó”, ánimo, esperanza y confianza en Dios, ningún virus, ni ejército ni bomba es más fuerte que el Meteorito de Chicxulub… y aquí estamos, ¡bendito Yucatán!

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