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La muerte tiene algo de trágica y seductora, quizá en eso radica su fascinación. El Día de Muertos es la celebración más emblemática y original de México que causa una profunda admiración e interés entre personas de otras latitudes por su vasta variedad de ritos y rituales llenos de sincretismos entre el mundo prehispánico, la Colonia y el México contemporáneo. Los disfraces de calaveras oaxaqueñas, las catrinas inspiradas en José Guadalupe Posada se han convertido en una imagen que identifica al mexicano, sustituyendo en la iconografía pop al charro mexicano con excelentísimo bigote.

Calaveritas de azúcar, los altares, las flores, el pan de muerto y todo lo demás, pero ¿cómo es la relación de un mexicano con la muerte?, ¿cuál es su dimensión cultural, social, política y económica?

Culturalmente la muerte en México se asocia a una festividad que nos permite otorgarle una presencia sentida a aquellas personas que quisimos mucho y fallecieron. El Día de Muertos en nuestro país quiere decir que nuestros muertos no se fueron, siguen estando con nosotros. De una manera precisa, clara y muy emotiva, Coco, la película producida por Pixar (creadora de la mayor cantidad de productos filosóficos exitosos de nuestra época) lo sintetiza perfectamente: “Recuérdame”. Sólo muere aquel que es olvidado.

Por otro lado, socialmente la muerte en México es un desgarro del cual nos desensibilizamos, nos entumimos para sobrevivir. Decía Juan Villoro que en México se aprende geografía a través de la tragedia: Acteal, Ayotzinapa, Tlahuelilpan, etc. La violencia y su contrapartida, la muerte son el síntoma de un país lacerado todavía por profundas desigualdades e intereses creados. En ciertas regiones de nuestro país, la muerte condiciona comportamientos, actitudes y estado de ánimos.

En México, la muerte es una disputa por el relato. Por un lado, tenemos a un Gobierno que no logra cuajar su modelo de seguridad en el país y, por el otro, una oposición bastante vociferante que anuncia el apocalipsis, pero que carece con un proyecto de país. Ojalá tanta muerte sirviera para ponernos de acuerdo en algo y no para tirarnos tantos ríos de sangre a la cara. Sin embargo, la norma dicta que no hay nada más lucrativo en política que el morbo y la muerte.

Por último, la muerte tiene un plano económico. Worth (¿Cuánto vale la vida?, en español) es una película protagonizada por Michael Keaton, basada en hechos reales que narra los dilemas morales del abogado Kenneth Feinberg al ser nombrado Magistrado Especial del Fondo de Compensación a las Víctimas del 11 de septiembre. El método para resarcir a los familiares de las víctimas era un inicio una rígida fórmula ofensiva e indignante que muestra muchas veces la insensibilidad de la burocracia. ¿Cuánto cuesta una vida arrancada por la inseguridad en México? ¿Cuánto vale la vida de un joven que murió como carne de cañón en las filas del narcotráfico? ¿Cuánto valen las vidas de miles de mujeres desaparecidas y asesinadas?

Pero la muerte también tiene un lado artístico y a pesar de las desdichas, los sinsabores y la desazón de los inexorables de la vida, siempre habrá unos versos de Calamaro donde arrimar el corazón: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, el vino triste tendrá tus ojos, la traición también tendrá tus ojos rojos, el fin de la fantasía tendrá tus ojos…vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Siempre tendremos la música, la risa, la fe, los libros, los amigos y las canciones.

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