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Un par de teporochos golpearon su camioneta, así que Vicholo, a sus sesenta y tantos años le dijo a su hijo mayor: “Espérame aquí, no te bajes”. Entonces se apeó del auto, los siguió hasta la casa donde se habían metido y se les fue encima. El hijo por supuesto que no obedeció; cuando llegó al lugar ya tenían sometido a su padre. Primero acabó con uno, luego amenazó al otro para que soltara al viejo, cuando éste le dijo “¡arranca la camioneta!”, se soltó del amague y con el auto en movimiento se lanzó en la parte de atrás.

Pero no sólo le gustaba el pleito, la pelota y las trompadas. También le gustaba la carpintería, oficio que aprendió desde joven. Así que cuando lo liquidaron del aeropuerto donde trabajaba, con el dinero puso una mueblería. El negocio se llamó “Muebles Víctor” y empezó con apenas un puñado de productos. Más tarde tuvo problemas de liquidez, por lo que se fue de mojado a los yunaited estaites a cultivar tomates. Cuando regresó con algunos dólares, la cosa ya había mejorado.

Hombre de gustos muy variados, incluso patrocinó un equipo de softbol, pues se le daba aquello de organizar a la gente. Por eso, apenas tuvo oportunidad, de nuevo se fue al país vecino para traer algunos instrumentos. Con ellos formó un grupo de música tropical, “Albatros”, con el que se iba de gira tocando ocasionalmente las percusiones. Con los años fue perdiendo el interés -y también los instrumentos-, pero Vicholo nunca se estaba quieto.

Su amor por la música no menguó a pesar del tiempo: tenía bocinas instaladas hasta en el baño. Solía moverse a todos lados en bicicleta a pesar de su edad, con excepción de cuando iba a la cantina “Guerrero Negro” con don Moyo y Pitoloco, sus amigos de aventuras. Cuenta la leyenda que ahí conoció a La diabla, una rolliza mesera que le hacía ojitos al buen Vicholo, que llevaba más de 50 años separado, pero felizmente casado.

Al ver que las décadas pasaban, se preocupó de hacer sus arreglos funerarios. Falleció un día después de que la mueblería que él fundó cumpliera su aniversario 51, el 2 de julio. Su deseo era ser enterrado junto a sus padres, a donde fue a parar con 94 años, bajo un epitafio que reza: “Vida, ni me debes ni te debo, estamos en paz”. Así era Vicholo, medio loco y ocurrente. Así fue mi abuelo, Víctor Pérez Alcocer.

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