|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Era el año de 1984 cuando joven viví la agonía de mi abuela, enferma de Parkinson durante años, había sobrellevado la enfermedad con entereza, entre aquellas cosas que mi abuela prefería hacer se encontraba el lavar los trastes, durante años así lo hizo, pero llegó el momento en el que el malestar le causaba convulsiones en las manos, lo que le llegó a impedir hacerlo. Cierro los ojos y puedo contemplar la escena una tarde en la que me acerque a ella para retirarla del fregadero, por más que intentaba no podía lavar los platos, ni una sola palabra de queja salió de su boca mientras la llevaba a su habitación, solo unas cálidas y silenciosas lágrimas rodaban por sus cansadas mejillas.

Sostenemos en muchas ocasiones una actitud casi de frialdad ante el dolor ajeno, nos podemos condoler cinco minutos por haber visto en el noticiero el sufrimiento de centenares de niños por alguna epidemia, pero inmediatamente nos enfrascaremos en nuestro trabajo, la compra que hay que hacer en el supermercado o la película que veremos en la noche, eso sí basta una simple gripa para sentir por la manera en la que nos duele el cuerpo y se nos dificulta la respiración que nadie está tan mal y sufre tanto como nosotros.

San Camilo de Lelis, santo italiano, tuvo una especial predilección por atender a los enfermos, tanto que fundó la Orden de los Camilos, que atiende a enfermos en hospitales. Se cuenta que siendo un hombre corpulento, en alguna ocasión caminando de una ciudad a otra, iba junto a uno de sus seguidores que ante el fuerte Sol, San Camilo le dijo: yo soy de mucho mayor tamaño que tú, así que caminaré de tal manera que mi sombra te proteja de los rayos del Sol, así fue como llegaron a su destino y así era el alma del santo en las cosas más pequeñas, como regalar una sombra. Siempre prensaba en la necesidad del otro.

La solidaridad con el enfermo enaltece a quienes han hecho de esta actividad su vocación, cierto es que existen un sinnúmero de camilleros, enfermeros y doctores que han convertido su vocación en un negocio más que en un servicio, pero no menos cierto es que millones de ellos se conduelen del sufrimiento de sus enfermos y ponen en su labor diaria lo mejor de su vida y su persona.

La enfermedad de cualquier tipo nos puede ser muy educativa si la afrontamos con el espíritu adecuado, podremos apreciar el gozo que se tiene al levantarse feliz, sano y completo por las mañanas, disfrutar de la brisa, la arena en los pies, la voz de tus hijos, la dicha de poder ver a la familia. Apreciemos las maravillas que el día tiene para nosotros y seamos mucho más sensibles ante el dolor y la enfermedad ajena, que nuestros pequeños dolores nos hermanen con los que sufren mucho más, en la enfermedad también hay mucha vida.

Lo más leído

skeleton





skeleton