Viejos, los cerros…
Daniel Uicab Alonzo: Viejos, los cerros…
El refrán que da título a esta colaboración y cuyo final es “y todavía reverdecen”, sirve como respuesta para desmentir situaciones en las que alguien es declarado inútil por viejo, por lo que se le descalifica de un diálogo, discusión o un cargo.
Viene al caso por el desencuentro que tuvieron la semana pasada Porfirio Muñoz Ledo y el Presidente, luego de que el primero afirmara durante la plenaria de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe, que el Ejecutivo pactó con el crimen organizado y busca extenderlo después de que termine su sexenio. La respuesta en la mañanera fue que eran declaraciones“muy corrientes y vulgares”, que es un asunto de nostalgia y “con todo respeto, de la edad” de Porfirio.
Es pleito de viejos, dijera mi padre, pues Porfirio tiene casi 89 años y AMLO 68, aunque las dos décadas de ventaja del primero están cargadas de un bagaje (colmillo dirán los políticos) de 60 años de carrera política: dirigió el PRI y el PRD, fue dos veces secretario de Estado, representante de México ante la ONU y la Unión Europea, candidato presidencial, senador, diputado. Tiene licenciatura y doctorado y ha sido académico. Preparado, inteligente, culto y con un currículum que no tiene su antagonista. Además de que fue el primero en interpelar a un Presidente, en este caso a Miguel de la Madrid, en su último informe de gobierno en 1988, “con todo respeto”.
Mi primer encuentro con el joven Porfirio fue a principios de los 70 cuando escribía en la revista “Siempre!” de José Pagés Llergo, donde confluían plumas como las de Manú Dornbierer, Alberto Domingo (de mis preferidos), Cuauhtémoc de Anda, Gloria Fuentes, Carlos Monsiváis, Roberto Blanco Moheno, Elena Poniatowska, Renato Leduc, Francisco Ligouri con sus crónicas rimadas y sus palíndromos, entre muchos otros que escapan a la memoria. Al arribar a puerto, “Siempre!” y el “Impacto” eran las revistas de compra y lectura obligada para ponernos al corriente del ámbito político, luego le entraríamos al “Proceso” que devorábamos hasta en un solo día después de la abstinencia de lectura tras semanas o meses en altamar… pero esto es para otros acaecimientos.
Regreso al intercambio de descalificaciones entre los senescentes. Decíamos que Porfirio, ahora viejo, le lleva muchas singladuras al tabasqueño y lo menos que le debe a su ex compañero de partido es precisamente lo que le demandó: respeto, primero a sus años y luego al bagaje que ya quisiera el casi septuagenario AMLO. En una entrevista para un libro sobre sus memorias, hace casi diez años, Muñoz Ledo estaba leyendo “De Senectute” de Norberto Bobbio, en el que el filósofo critica la marginación del anciano en la sociedad.
En esa charla dijo que le gustó una frase de un diálogo en la cinta “Cuatro notas de amor” de Dustin Hoffman, que cuenta la vida de tres veteranos músicos en una casa de retiro: “se necesita valor para ser viejo”. Y Porfirio, que ha trascendido a diez presidentes, lo tiene.
Anexo “1”
Los veteranos
En la Armada, como en el Ejército, no hay viejos marinos ni viejos soldados. Al menos no peyorativamente. Hay “lobos de mar” o militares experimentados, son los veteranos que han alcanzado cierta jerarquía y guían los primeros pasos de quienes inician su aventura en las fuerzas armadas, en los cuarteles o en los buques de guerra.
En ese ínter se forman relaciones empáticas producto de un genuino respeto y admiración hacia el superior que, en su momento, deja la iniciativa a los bisoños para enseñarles a tener responsabilidad, seguridad y confianza en sí mismos para el ejercicio del mando y la conducción de operaciones y/o maniobras, pero siempre protegiendo su integridad. Es lo que en los reglamentos se llama espíritu de cuerpo y que muchos lleva a forjar una relación fraterna.
La edad tampoco es problema porque la organización lineal prevé los ascensos en ciertos tiempos, formándose generaciones que avanzan juntas en las futuras promociones. Po supuesto, destacan unos más que otros, pero nunca el rezago es tanto que amplíe la brecha jerárquica y, aunque este fuera el caso, prevalece el respeto entre iguales, hacia los subordinados y hacia los superiores.