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Una de las estrategias para descongestionar las capitales es encarecer los bienes y servicios de manera que sean insostenibles y las personas se terminen yendo a lugares donde puedan continuar con su nivel de vida. Con asombro y hasta horror los yucatecos somos testigos de lo que se han elevado los precios de la canasta básica y, peor aún, el de la vivienda, ya sea para renta o venta. Lo peor es que el alza se extiende hasta los pueblos, algunos calificados mágicos, donde las casas ya están fuera del alcance de los salarios de las nuevas generaciones de yucatecos. Los corredores de bienes raíces cuando escuchan acento mexicano, ya no se toman ni el trabajo de dar los montos de lo que ofertan, simplemente aducen que el precio está en dólares y es para extranjeros.

Las comisarías y los pueblos ahora están habitados por gente de otros estados, quienes resultan los compradores ideales para los inversores, ya que están acostumbrados a pagar mucho por poco. Es así como el costo del metro cuadrado en las comisarías se ha elevado entre seis y ocho mil pesos; las rentas son de hasta veinte mil pesos para una casa de tres recámaras, sin cochera ni jardín. Las elegantes Townhouses, que no son otra cosa que casas con paredes compartidas, alcanzan el precio de tres millones de pesos en un terreno de cien metros cuadrados. A los lugareños les compran su vivienda que han construido con el esfuerzo de muchos años, pero que cuentan con un terreno generoso, para derrumbarla y construir mini casas. La especulación en tierras yucatecas es tal, que los hijos ven más rentable enviar a sus padres a un asilo y vender o rentar su casa para solventar sus deudas.

Ante este apocalíptico escenario la pregunta es, ¿a dónde nos iremos los yucatecos?, porque lo impagable se ha extendido prácticamente a todo el Estado. El Índice Nacional de Precios al Consumidor (Incp) reportó hace unos meses que la inflación en Yucatán está encima de la media nacional, colocándonos como la segunda ciudad más cara, pero con el salario mínimo más bajo. Por si fueran pocos los pasos en la azotea de nuestras viviendas, hace unos días se dio a conocer el incremento en la carne de cerdo, ya que al tener un precio bajo en comparación a la capital, desde ahí comenzaron a comprarla aquí, en detrimento de la economía doméstica. Las señoras de la casa ya no saben cómo hacer para estirar los dos pesos de La Bartola, donde los empleados con carrera profesional devengan ingresos por once mil quinientos pesos, según datos del Observatorio Laboral de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, o sea trecientos ochenta y tres pesos diarios.

Urge que se regulen los precios antes de que Yucatán ya no sea para los yucatecos. Sentimos la avalancha imparable que está destruyendo nuestra sociedad, que por muchos años fue ejemplo de unidad familiar y bienestar. La voracidad nos está expulsando del paraíso.

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