Yucatán: un nuevo relato
Enrique Vera: Yucatán: un nuevo relato
Cuenta el periodista Pedro Vallín a propósito de su más reciente libro,C3PO en la corte del rey Felipe, que los cuentos y los relatos no sólo constituyen quienes somos, sino también la manera en que nos comportamos. No sólo nos interpretamos a través de las historias que vemos en el cine, en las series de televisión, también actuamos en función de ellas; nos modelan comportamientos que forman parte de nuestra educación sentimental.
Hemos interiorizado los valores de una democracia a través de la incansable voluntad de hacer lo correcto, como por parte de los personajes de Tom Hanks, a lo largo de su carrera. Dictamos el triunfo de la fe sobre la experiencia en las relaciones de pareja inspirándonos en comedias románticas como Love Actually, Mujer Bonita o 10 cosas que odio de ti; buscamos sentirnos igual de poderosos y atractivos frente al espejo al igual que Humphrey Bogart o Rita Hayworth en alguna de sus películas y aprendimosgracias a nuestro amigable vecino el Hombre Araña que “todo poder conlleva una gran responsabilidad”.
Dime cuáles son tus canciones, libros y películas favoritas y te diré quién eres. Pero, ¿por qué son tan importantes las narraciones? Porque nos dan sentido. Un país, un Estado, una ciudad coherente no es sólo la conformación de un número “x” de personas, sino la conciencia que tiene ese pueblo de sí mismo. Necesitamos como sociedad relatos que nos expliquen; narraciones que nos permitan ver quiénes somos, hacia dónde vamos y cómo podemos estar mejor.
Se dice que “Yucatán está creciendo”. Una frase que pulula en un sinnúmero de conversaciones, tanto dentro y fuera del Estado. Un hecho incontestable si uno observa la enorme cantidad de desarrollos inmobiliarios construidos en los últimos 5 años o constata el aumento del tráfico en las horas picos de Mérida y sus alrededores.
Crecer entusiasma porque da una perspectiva de futuro, pero también genera vértigo. Acompañado del motivo de orgullo que genera que Yucatán sea una entidad próspera y, por tanto, atrayente para miles de ciudadanos de otras latitudes tanto del país como del extranjero, se encuentra el temor natural de los que nacieron o llevan buena parte de su vida viviendo en el Estado a perder sus costumbres, tradiciones, su estilo de vida y por encima de todas las cosas, a perder su calma y seguridad.
El miedo puede conducir actitudes a la defensiva que pueden ser caldo de cultivo para toda clase de discursos de odio. Es por eso que la construcción del relato es tan importante. Cuando una sociedad no sabe hacer autocrítica, hay que contar una historia donde el infierno sean los otros.
Yucatán no puede ser un título de propiedad, un arma arrojadiza, un monopolio excluyente que dictamine quiénes son dignos o no de vivir en el territorio según el acta de nacimiento, sino un proyecto común vanguardista de convivencia y tolerancia, un espacio de encuentro que exprese la riqueza cultural de nuestro país y donde quepan todas las voces.
Se habla mucho del activo principal del Estado: la paz. Pero no hay nada tan frágil como la paz. Si deseamos preservar el importantísimo tejido social de Yucatán, el cual se expresa cada fin de semana en los domingos familiares, no podemos permitirnos como ciudadanos una armonía construida a bases de murmullos que invisibilice los problemas y retos que afronta la entidad como proyecto de convivencia.