Adiós a órganos: vuelve el centralismo
La historia de los órganos autónomos y descentralizados en nuestro país es —próximamente diremos “fue"...
La historia de los órganos autónomos y descentralizados en nuestro país es —próximamente diremos “fue”— reflejo de la lucha modernizante contra el centralismo que mantuvo el Partido Revolucionario Institucional desde su fundación en 1929 por el autócrata sonorense Plutarco Elías Calles, que fue fundamental para la conservación del poder en México por pate de los caudillos de la Revolución y sus cachorros hasta el año 2000, cuando el despistado Vicente Fox Quesada ganó las elecciones generales. Todo lo que sucedía en el país pasaba por el centro y en el centro, contra el pacto federal republicano, que fue mera simulación durante 71 años, solo habitaba una persona: el presidente de la república.
El llamado Maximato, como se conoció al régimen fundado por Calles —el “Jefe Máximo”— se prolongó mucho más allá de sus días, acercándose al actual promedio de vida del mexicano, que es de 75 años y medio, hasta que tras un gradual debilitamiento —o fortalecimiento de la división de poderes y el federalismo— concluyó con la caída del PRI al comienzo del nuevo milenio, coincidiendo con el surgimiento de órganos de notable perfil ciudadano e independiente del Poder Ejecutivo.
Sin embargo, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se empeñó durante todo su transcurso en echar reversa a la tendencia descentralizadora, que con excepción de las dictaduras y gobiernos autoritarios que perviven en pleno siglo XX es progresiva y global, buscando sin rubor la concentración del poder, ambición que por desgracia para la democracia y el empoderamiento ciudadano suscribe sin ambages su sucesora Claudia Sheinbaum Pardo.
Ayer leímos en El Financiero un fatídico análisis bajo el titular: “¿Adiós al Inapam en el sexenio de Sheinbaum? Estos son los 17 órganos administrativos que fusionará”. No sería hipérbole decir que en el sexenio de su pupila el afán centralista y corte dictatorial que fue el anhelo de gobernanza de López Obrador se concretará con la desaparición de las instituciones surgidas a tono con las más caras transformaciones libertarias y ciudadanas finiseculares del mundo, para volver al caudillismo que, sabemos, es tan de sus amores.
Ominosa regresión. Dice la nota: “De acuerdo con el documento titulado ‘100 pasos para la transformación’, Sheinbaum Pardo considera necesaria una reforma profunda al interior del gobierno y para lograrlo se requiere el uso eficiente de los recursos del Estado.
“La propuesta consiste en la ‘reestructuración, fusión, integración o extinción de 17 órganos autónomos desconcentrados, organismos descentralizados o unidades administrativas’”, aclara el artículo.
Comentamos en este espacio el pasado 24 de abril lo que en realidad hay detrás de la fobia a los órganos descentralizados, en esa ocasión refiriéndonos al Inai: “Mas queda prístinamente claro que la verdadera intención de López (de desaparecer al Inai) no tiene que ver con adelgazar a la burocracia o cuidar el dinero de los mexicanos, como lo reveló con alarde de estolidez el jefe de la política interior del país (a la sazón, Adán Augusto López Hernández): se trata de mantener una opacidad que se ha vuelto legendaria —más del 80 por ciento de los contratos son por asignación directa, amén de los incrementos exorbitantes en las faraónicas obras mañosamente mal presupuestadas de la Cuarta Transformación— y que tanto irrita al mandatario cuando se cuela, a veces gracias al Ifai-Inai, un rayo de transparencia y su gobierno —ese del "rayito de esperanza", by the way— queda exhibido como tan corrupto o más que los anteriores”.
Consummatum est, pues la falacia de la Cuarta Transformación logró engañar a más de tres cuartas partes de los mexicanos, que entregaron una patente de corso al absolutismo obradorista, que ahora la pupila del autoritario presidente se apresta a ejecutar con todas las de la ley, como formal titular constitucional de un poder del Estado que se pretende único, aunque bastan dos dedos de frente para entender que el Jefe Máximo es el legendario “Peje”, ahora ocupado en defender la causa de su colega dictador Nicolás Maduro de Venezuela, bajo ataque —también es cierta la gandayez— del infame imperialismo gringo.
No se trata, pues, de economías y ahorros para la nación: la verdadera intención al “adelgazar” al Estado eliminando órganos ciudadanos y democratizadores de la vida nacional es otra. Lo que busca López es imponer, merced a la mayoría calificada del Morena y partidos adláteres en el congreso, las condiciones para el establecimiento de su propio Maximato, del que, para los próximos seis años, Claudia Sheinbaum será la primera testaferro, la capitana mayor del generalísimo macuspano.