Warning, borrado

Se lo merecía Quintana Roo. Es cierto que no tenemos cifras acerca de inseguridad y violencia para enorgullecernos.

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Se lo merecía Quintana Roo. Es cierto que no tenemos cifras acerca de inseguridad y violencia para enorgullecernos. Somos una de las entidades federativas menos pobladas del país –en términos no oficiales, cerca del millón y medio de habitantes alberga nuestra tierra– y malamente andamos rondando la media nacional en homicidios, verbigracia, pero aun siendo groseros e insensibles con las víctimas y los deudos de la delincuencia, tendríamos que reconocer que no estamos tan mal.

Ya vemos aquí, allá y acullá cejas arqueadas porque hay gente llorando a sus muertos, niños huérfanos y comunidades crispadas por la violencia criminal, mas no vemos cómo pudieran ayudarnos la conmiseración y la diatriba. A este que escribe lo tacharon de insensible y hasta de ojete, pero el mismo tiene una sola misión, que es decir la verdad. Perdónennos por no rasgarnos las vestiduras y echarnos a llorar cual hipócritas magdalenas en solidaridad con los afectados. Lo sentimos mucho, pero no nos cegamos.

Chihuahua, Tamaulipas, Veracruz, el Estado de México, nos guste o no, son los referentes, y eso debiéramos tener muy presente los periodistas y los medios de comunicación que moldeamos la opinión pública a la hora de buscar la de ocho columnas.

La alerta de viaje del Departamento de Estado gringo –warning– se levanta. Hace apenas un par de días discutíamos con destacados compañeros por Whatts App: nuestra argumentación llegó a ser tildada incluso de burocrática cuando expusimos que si bien no ostentamos como estado cifras halagüeñas de ninguna manera nos situamos entre las entidades más peligrosas del país. Aparentemente los güeros del norte piensan similar. No era crucial, pero nos quitan un “tache” que como estado turístico bien no nos venía.

Este sí debiera ser un warning: en la prensa y los tan diversos medios de información que de manera más bien nefasta existen hoy en día, aquí en el estado y contra nuestros propios intereses –economía y empleos, por lo menos– no tenemos perores enemigos que los propios quintanarroenses.

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