Candil de la calle…
La columna anterior hablamos de la importancia de la integración en América Latina. Quizás aspirar a un modelo...
La columna anterior hablamos de la importancia de la integración en América Latina. Quizás aspirar a un modelo de integración casi total, como el que se observa en la Unión Europea, resulte complicado a la luz de las diferencias ideológicas que hay entre los gobiernos de la región y, por supuesto, por la presencia de Estados Unidos que quizás no vería con tan buenos ojos dicha integración.
No por casualidad los intentos más cercanos se han suscitado cuando “la izquierda” dominaba gran parte de los Estados latinos hace apenas una década.
Pero independientemente de las posibilidades y de los esfuerzos que -dejando fuera toda diferencia ideológica entre los actuales mandatarios- se presentan hoy día, el tema central a abordar es la actitud del Gobierno Federal mexicano ante naciones americanas, sobre todo las que ocupan el territorio centroamericano y caribeño.
Hace unos días, después de la intensa gira que AMLO tuvo por varios países de la región, el Gobierno Federal anunció que duplicaría el recurso destinado a El Salvador para desarrollar programas sociales mexicanos, específicamente jóvenes construyendo el futuro y sembrando vida.
Al mismo tiempo, el Estado Mexicano adelantó que unos 25 mil guatemaltecos serían afiliados al IMSS y que, con miras a garantizar el rezago sanitario en México por la “falta de médicos”, se contrataría a miles de doctores y doctoras provenientes de Cuba, a fin de ubicarlos en las zonas rurales del país.
No me interprete mal, distinguido lector. Esta no es para nada una cuestión chovinista o patriotera y mucho menos xenófoba o que pretenda discriminar de forma alguna. Sólo parece hilarante que un país como México, en donde la pobreza extrema ha aumentado en los últimos cuatro años, en donde hay decenas de miles de personas que no tienen alguna clase de seguridad social y en donde hay miles y miles de médicos trabajando en farmacias por salarios paupérrimos y sin acceso a plazas en el sector público, ahora pretendamos solucionar las problemáticas de otros países.
Farol en la calle y oscuridad en su casa, dirían las abuelitas mexicanas sobre aquellos que quieren ganar popularidad en el mundo, mientras desatienden los problemas severos y estructurales de su propia nación.
Y es que no nos engañemos: la intervención y el apoyo de México a los países centroamericanos y del Caribe no se da desde una óptica altruista, necesaria y esperada de los países más industrializados (las llamadas potencias, vaya), sino que se hace desde la presión del vecino del norte que, repeliendo siempre la inmigración a su país, obliga a las autoridades mexicanas a servir como tapón de las incursiones y oleadas migratorias que cada vez son mayores.
Es cierto que el desarrollo tiene que tener miras regionales y sólo la unidad entre vecinos podrá sacar adelante a Latinoamérica, pero también es cierto que no se pueden usar los recursos públicos, provenientes de las contribuciones de millones de mexicanos, en desarrollar otras naciones, mientras la nuestra atraviesa una crisis económica y social cada vez más profunda.