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¿Cuáles son las nuevas reglas para el funcionamiento óptimo de nuestras escuelas? ¿Qué necesitamos exigir a un nuevo modelo educativo? ¿Qué debe lograr una reforma como la que hemos visto fracasar? Estas preguntas están lejos de ser ociosas. De hecho, quizá lo que hemos vivido es una serie de respuestas equivocadas, sin haber meditado bien en las preguntas.

Podemos partir de una idea muy clara: Si no cambiamos la forma en que las escuelas funcionan y están organizadas, no lograremos el enorme potencial creativo de nuestra juventud. Nuestras escuelas, como están, no van del todo bien. Cualquier análisis arroja esta conclusión.

A todos nos preocupa el aprendizaje de nuestros hijos. Pero el aprendizaje no es posible en la soledad absoluta; si lo fuera, nadie iría a la escuela. Aprendemos a través de la socialización, lo que nos obliga a organizar un esfuerzo colectivo, uno muy complejo, para poner a un grupo de jóvenes y de adultos a enseñar y aprender juntos. Y es esta complejidad en la organización lo que nos permite llegar a la primera conclusión: El funcionamiento interno de las escuelas determina la calidad de lo que ocurre hacia afuera, en el aula.

Haga memoria u observe a su alrededor. La mayoría de las escuelas actuales funciona de una forma anticuada. Grupos grandes, en hileras de pupitres, con un pizarrón al frente, al lado del escritorio de la autoridad incuestionable, el docente, quien a veces incluso está sobre una tarima, que lo sitúa lejos y por encima de sus aprendices. Como en la capacitación de una fábrica o de una gran corporación. Y todo para un entorno estable, como si así hubiese sido y así será siempre, por los siglos de los siglos, amén.

Pero ni así ha sido, ni así es, ni así continuará. Necesitamos una educación que prepare para la innovación y el emprendimiento, que es lo que necesita un entorno como el actual: de cambios rápidos y profundos. Y, por lo mismo, una escuela fraguada en el fogón de la transformación misma. En pocas palabras, se requiere cambiar el funcionamiento interno de las escuelas para dejar atrás el rígido y lento burocratismo que las caracteriza. En su lugar, queremos una organización escolar muy flexible, con una capacidad de respuesta rápida.

Replanteemos nuestro objetivo. Necesitamos formar estudiantes capaces de innovar y motivados para emprender, que es lo único funcional en un entorno como el actual, de cambios rápidos y continuos. Entonces, nuestras escuelas deben organizarse internamente para trabajar desde la complejidad y la flexibilidad.

¿Qué es lo que debe transformarse? Anthony Kim y Alexis Gonzales-Black, educadores californianos, responden así: La forma de planificar, colaborar, manejar los roles y perfiles, tomar decisiones y difundir la información. Leyó bien: es necesario cambiar casi todo. Por eso necesitamos reflexionar en las preguntas antes de emitir respuestas. En muy pocas palabras: necesitamos una escuela que, desde su organización y funcionamiento internos, posea y genere una nueva comprensión de la principal característica de nuestro tiempo: el cambio y la volatilidad.

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