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Gran parte de nuestros problemas educativos están relacionados directamente con el hecho de que tenemos un futuro. Para eso tenemos educación, para encararlo. Por ello, todas las escuelas deben planificar. Y con esto empiezan los problemas a que nos referiremos aquí. Dificultades que ocasionan no poca ansiedad… y muchos fracasos.

Cuando somos capaces de saber dónde estamos y a dónde queremos llegar, podemos planificar. Y cuando planificamos, producimos un plan. Y no hay mayor confusión que la creada por este par de conceptos: planificar y plan. No son lo mismo: el primero es una acción viva; el segundo, un documento muerto. Ya lo dijo el general Eisenhower, encargado de planificar la invasión a Normandía, batalla clave para derrotar a los nazis: “…los planes son inútiles, pero la planificación es indispensable”. ¿A qué se refería?

Planificar es proyectar hacia el futuro, colaborar, imaginar, reflexionar, cambiar, anticipar, motivar, inspirar… Todo esto, para poder llegar al lugar deseado y así lograr un propósito trascendente, una visión compartida. El plan es el documento que se plasma todo esto. Y no debemos perder de vista las diferencias entre estos dos conceptos.

¿Por qué nos confundimos? Anthony Kim y Alexis Gonzales-Black, educadores californianos, nos responden que porque nos gusta hacer de los planes un fetiche, un objeto sagrado, intocable. Esto es, se convierten en lo más importante, más aún que planificar, con toda su riqueza de acciones. Grave error. Los papeles o pantallas en que se plasma la planificación no están vivos, no imaginan, no reflexionan, no motivan, no inspiran y, sobre todo… no cambian. Una vez que está hecho, así se quedan. Y ése es el problema, frente a una realidad que se transforma todo el tiempo.

Es como confundirse entre vivir en un mapa o en un territorio. Como si pudiéramos decir: vivo aquí, y señalar un punto en un papel, uno que representa a la realidad… Pues no, allí no vivimos. Lo hacemos en casas y calles de verdad. El mapa es solo una herramienta para localizarlas. Lo mismo que un plan. Bajo esta comparación, la calle en que vivimos está viva y cambia todo el tiempo, mientras que el mapa que muestra nuestra dirección está muerto y fijo para siempre. Planificar se sitúa en la realidad vibrante de la escuela, y todo plan escolar queda, por definición, dependiente de ella.

En la mayoría de nuestras instituciones educativas se da importancia absoluta al plan y muy poca a planificar. La mayor parte de los docentes no participa en reflexionar para proyectar hacia el futuro; no colabora para imaginarlo ni anticiparlo; por lo mismo, no se motiva ni se inspira, y sobre todo, por eso no cambia. Porque se le da un plan, en lugar de involucrarlo en planificar. Notable diferencia.

Los fracasos escolares tienen mucho que ver con esta falta de planificación, y no con una falta de planes, los que abundan y casi siempre son infumables, inmanejables y labor exclusiva de especialistas. Gravísimo error.

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