Hacia una ética de la compasión

La palabra compasión en su origen etimológico (del vocablo griego sympátheia) se puede entender como el acto...

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La palabra compasión en su origen etimológico (del vocablo griego sympátheia) se puede entender como el acto de generar empatía y entender el dolor de los demás, en pocas palabras, sufrir juntos. Desde la perspectiva oriental, principalmente en el budismo, la compasión es la esencia que exalta al espíritu fomentando la capacidad de aceptar, tolerar y sentir amor por el otro. Una herramienta que nos permite comprender que no existe un yo separado del resto del mundo, estamos en todas las cosas y todas las cosas están en nosotros, esto es la naturaleza del interser, yo estoy en ti y tú estás en mí.

Sin embargo, desde la visión occidental, donde impera la mirada fragmentada e individualista y la degradación humana se alimenta del miedo, el odio, la avidez y la ignorancia. La compasión se presenta como sinónimo de vulnerabilidad y pérdida de poder; ya que para que todas estas formas básicas de violencia y excesos del capitalismo que conducen al sufrimiento de la humanidad se materialicen, es necesario un proceso de deshumanización que implica derribar toda barrera emocional, moral y política. Cada vez más hay mayor insensibilidad al sufrimiento del otro, conductas que conducen a la falta de solidaridad y cooperación en todos los niveles, así como a una menor preocupación por los más vulnerables y desfavorecidos.

En este sentido, necesitamos una nueva forma de mirar que nos conduzca a una nueva forma de vivir. Entender que el enemigo no es el otro; el verdadero enemigo es el odio, la ira, la envidia, la violencia, la discriminación, etcétera. Por consiguiente, debemos apostar por cultivar relaciones que se sustenten en los principios de reciprocidad, correspondencia y afectividad, lo que no necesariamente implica la erradicación de las diferencias, sino su aceptación. Terminemos con la visión utilitaria y unidireccional, en la que una parte sólo da y la otra sólo recibe.

Si el siglo XX se ha caracterizado por el individualismo, la indiferencia y la intolerancia, nos encontramos en el momento adecuado para diferenciarnos de las generaciones anteriores, para reconciliarnos con lo que rechazamos, ser capaces de entrar en contacto con nuestro propio sufrimiento y el que nos rodea, para aprender a ser generosos y entrenarnos en la paz.

Lo anterior, no implica convertirnos en seres pasivos, sin carácter o fuerza. Se trata de reconocer nuestra determinación para perseverar y canalizarla de forma creativa y positiva, en lugar de optar por la violencia. Tenemos que elegir sabiamente nuestras batallas, no depositar nuestra energía en situaciones que no valen la pena y que restan energía. Como señala Thích Nhấất Hạạnh el meditador, el artista y el guerrero son tres aspectos de tu persona que se deben movilizar en conjunto; si eres un líder en tu comunidad, tienes que cultivar estas tres áreas para poder ofrecer equilibrio, fuerza y frescura a las personas que te rodean.

(Carmen Lilia Cervantes Bello / Doctora. Profesora-Investigadora, Depto. Economía y Negocios, Universidad del Caribe).

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