La marginación y la pobreza: dos cosas diferentes
La pobreza no es una escala social, sí podría serlo lo que se le conoce como “pobreza crónica”, pues la pobreza en sí puede ser transitoria...
La pobreza no es una escala social, sí podría serlo lo que se le conoce como “pobreza crónica”, pues la pobreza en sí puede ser transitoria. Una familia o persona con buen nivel cultural puede caer en una situación de pobreza por circunstancias adversas temporales como la pérdida de un empleo, una inversión mal planeada, una mala política de gastos o una situación catastrófica como una enfermedad grave o una extorsión. Sin embargo, una persona o núcleo familiar integrado en la sociedad no percibe la pobreza como una situación perenne sino como algo que debe superarse. Sin embargo hay ocasiones en que la pobreza rodea a una persona o familia como parte de su realidad diaria, se le acepta como parte de la vida e incluso, lidiar con la carencia perenne llega a convertirse en rutina. Ese tipo de situación suele ser acompañada de una profunda indiferencia con el medio y por ende se ve inválida ante la posibilidad de superación. En ese caso, el principal problema no es la carencia en sí, sino la marginación.
El gran pecado de las sociedades latinoamericanas es la estratificación que ocasiona una profunda marginación en las capas inferiores. En la sociedad marginada, la desesperanza es el resultado de una sensación auto imbuida por la cotidianeidad e inducida por la sociedad que, desde las capas superiores, levanta muros y otorga estatus de paria por nacimiento o por zonas. Por ende considera absurda la elevación intelectual o social de estratos que, al primer intento se antojan reacios a la superación. No voy a teñir este análisis de infantilismos como el de Fitzcarraldo, el alemán brillantemente interpretado por Klaus Kinski en la película homónima que se puso como objetivo de vida llevar la ópera a los indios amazónicos imaginando que eso les iba a cambiar su profunda marginación y con sólo oír a Rossini iban a quitarse el taparrabo para ponerse una levita. Sin embargo, la elevación cultural de las clases marginadas es una de las más eficientes formas para eliminar la pobreza marginal.
El papel de los gobiernos debería ser no el paternalismo absurdo de Fitzcarraldo, sino potenciar el valor como ser humano de plena capacidad a todas las personas de la sociedad para que vean por encima del muro de la marginación y puedan aprovechar en su plenitud las posibilidades de crecimiento de la cultura occidental, no hablo del islamismo pues creo fervorosamente que éste se nutre de la ignorancia y de lo retrógrado. La forma de lograr lo anterior es con una educación universal de calidad y la divulgación de la cultura hacia todos los estratos de la sociedad; aprender de los grandes de la humanidad inyecta moral, ética y hace gigante hasta al más pequeño, lo llena de gloria y le hace ver un mundo mucho más amplio. Un buen amigo me comentó en una ocasión algo a este respecto en una frase muy sencilla: no se debe hacer grande al país para luego hacer grande a su gente, primero haz grande a la gente y ésta hará grande al país.