Roma de Alfonso Cuarón: un poema visual
El organillero en la esquina con su uniforme beige, la banda de guerra, la lluvia, el granizo...
El organillero en la esquina con su uniforme beige, la banda de guerra, la lluvia, el granizo, los mercados, las calles atiborradas y todo lo que huele a las colonias del centro de la Ciudad de México se nos desparrama en la vista como un recuerdo en alta definición y en blanco y negro. Los recuerdos no tienen colores y Cuarón lo sabe. Es perfecta la magistralidad del director al involucrar al espectador en el drama personal de Cleo (Yalitza Aparicio) y su interacción con la familia a la que sirve.
El director aborda el tema del servicio en México y su abandono social con el sentimentalismo de alguien que fue tocado por esta situación muy de cerca. El clasismo y el racismo que nos llega aún de la época colonial se adueña de las casas de clase media en adelante que se pueden permitir personal de ayuda. La frontera que se establece entre patrones y sirvientes se planta en medio de las grandes salas de las casas solariegas de la colonia Roma y Del Valle como un elefante blanco que incomoda a todos y a la vez los acoge.
Tarde o temprano esta frontera empieza a permearse y el drama de ambos lados de la misma se filtra como agua y se compenetra en un monolito de convivencia y supervivencia que se simboliza en varias tomas de cámara haciendo uno de los alardes de fotografía y dirección artística más geniales de la historia del cine.
Las evocaciones a lo convulso de la era post Tlatelolco con la Guerra Sucia del PRI se adueñan de gran parte de la trama como un carril mal alineado donde circula el tren de la vida de la familia y lo hace bambolearse y dar tumbos.
Tomas interminables en un solo plano con desplazamiento lateral de cámara o fijas por minutos logran un efecto de thriller impactante sin ediciones ni música electrizante. Se logra la alteración del estado de ánimo del espectador sin otro recurso que la imagen y el drama desgarrador de los involucrados.
La naturalidad de las actrices indígenas sólo puede ser lograda por una persona virgen a las apariencias y a la necesidad de sobresalir que nos agobia en la sociedad moderna lo cual es una de las ideas más geniales del director.
La inocencia y dulzura de las protagonistas nos rasga el alma y nos obliga a mirarnos para ver si alguna vez tuvimos a nuestro lado esa situación y no volteamos la cara por la comodidad de un desayuno listo o la cama tendida al regresar de la escuela.
Cuarón humaniza la importancia de estas personas que acompañan a las familias en las buenas y en las malas y se convierten en otro pilar de la vida familiar pues a la larga, aunque intenten poner una frontera, ésta se derrumba por la convivencia y tarde o temprano inevitablemente surge el amor que nos caracteriza a los latinos.
El monolito de la familia termina teniendo varias columnas que lo sostienen y no todas son por lazos de sangre. Sirva pues, esta película como un homenaje al servicio doméstico en un país tan desigual como el nuestro.