La pesadilla de Trump hecha realidad

La vida política de las naciones en gran medida se basa en costumbres, hábitos o tradiciones...

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La vida política de las naciones en gran medida se basa en costumbres, hábitos o tradiciones. En el caso de los Estados Unidos hay un sentimiento arraigado y real sobre el buen uso del poder y sobre todo del dinero de los contribuyentes. Aprovecharse del poder para usar recursos públicos con fines partidistas o políticos es algo que, al votante medio, le resulta simplemente inconcebible.

En 1972, el presidente Richard Nixon usó nada más y nada menos que tres agencias oficiales (FBI, CIA e IRS) para espiar las oficinas de la Convención Nacional del Partido Demócrata en el hotel Watergate de Washington.

El escándalo subsecuente, destapado por dos periodistas con una máquina de escribir a la mano terminó por obligar al mismísimo presidente de los Estados Unidos a renunciar a su cargo y marcharse de la Casa Blanca con un adiós que pasó a la historia. Por delicadeza del entrante presidente Gerald Ford, se le prestó el helicóptero presidencial para irse, lo cual también despertó la ira pública por usar recursos del contribuyente en sacar de la Casa Blanca a un ex funcionario.

Los estadounidenses no se andan con tonterías en lo que respecta al dinero, tienen esa fama. Tristemente pasó a la historia como un inepto, el poco agraciado presidente que ilegalizó el racismo en Estados Unidos, le otorgó el estatus de “Nación más favorecida” a China (lo que fue el causante directo del crecimiento abismal de su economía, los chinos deberían tener una foto de Nixon en Tiannamen en lugar del genocida Mao Zedong) y tuvo el valor de retirar las tropas estadounidenses e Vietnam. El legado histórico de Richard Nixon es tan monumental que muchos politólogos llaman a nuestros tiempos “La era Nixon”, así de magnífico fue su gobierno y así de arrastrada su memoria por el simple hecho de ocultar información y abusar de su poder.

Y por estos lares de abuso de poder y mal uso de recursos públicos anda el villano favorito de nuestro tiempo: Donald Trump. Que en una misma llamada con su homólogo de Ucrania mezcló el envío de un paquete millonario de ayuda en defensa con una petición venenosa de investigar al hijo del ex vicepresidente Joe Biden. El fantasma del juicio político volvió a deambular por los pasillos del Capitolio y el daño a la investidura y la estabilidad de la administración Trump es inminente.

Es muy poco probable que un presidente sobreviva un juicio político y si éste tiene éxito y Trump se ve obligado a dimitir, estaríamos en presencia de una crisis política de dimensiones descomunales.

El país está profundamente polarizado gracias a la retórica populista y agresiva de Trump y su voto duro va a ver este tema como una conspiración de los demócratas para sacar de la Casa Blanca a su paladín.

Éste es el resultado de regímenes populistas, nunca terminan con un saldo positivo para la nación pues se trata de un gobierno que denosta a una parte del país en lugar de unificar la voluntad nacional. Basa su poder en división en lugar de liderazgo nacional.

Un presidente que desde su investidura se refiera a los que no votan por él como mafiosos, parásitos, mentirosos o ¿por qué no?: “Fifís”, está aprovechándose del enfrentamiento entre su propio pueblo y lo está alimentando para beneficio propio.

Poco espacio deja libre para que las instituciones actúen como reguladores del poder gubernamental. Le quita a la separación de poderes su legitimidad mediante descrédito y ésta es el pilar de la democracia y la libertad.

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