Ministros que salvan el honor

Redacto ahora en primera persona del singular —normalmente lo hago en plural, para no dar la impresión...

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Redacto ahora en primera persona del singular —normalmente lo hago en plural, para no dar la impresión de pretenderme autoridad, sino solo un sencillo opinante, entre muchos—, porque platicaré con el lector algo en parte personal, si se vale la redundancia, pues hace años tuve una experiencia muy grata con una actual ministra del Tribunal Constitucional que se alineó del lado de la defensa de la letra y el espíritu de la Carta Magna, a pesar de que el presidente de la república quiso ponerla ahí para ayudarlo a perpetrar ese conjunto de atentados contra esta —la Constitución— que, de haberse consumado, habrían significado casi un golpe de estado.

En estos días se escribieron las páginas más negras de la historia del Poder Judicial en México, cuando el ahora lacayuno ex ministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea le dio la espalda a la más alta investidura que como tal puede tener un abogado, un jurista, más precisamente, al renunciar a su honroso cargo para ponerse en servidumbre de la virtual candidata de la Cuarta Transformación a la presidencia de la república, seguramente obedeciendo las órdenes de quien ha sido siempre su verdadero patrón: el presidente del país, Andrés Manuel López Obrador.

Al ahora ex supremo justiciador, la Cámara de Senadores, de mayoría morenista y de partidos rémoras, de similar adscripción servil a la presidencia, desde luego le aprobó ilegalmente, según la Constitución— la renuncia a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y antes ya había corrido a refugiarse bajo las faldas de Claudia Sheinbaum Pardo, a quien le manifestó total devoción con tal de obtener una chamba en su campaña presidencial, así sea cargándole el portafolios, para integrarse a la caterva lopezobradorista y tener un vil hueso en el próximo sexenio, que bien pudiera ser el último tramo de su vida tan poco productiva —aunque estamos en el país de los vetustos Fidel Velázquez y Manuel Barlett, no olvidemos.

Los ministros que ha nombrado López durante su mandato son Juan Luis González Alcántara Carrancá, Yasmín Esquivel Mossa, Ana Margarita Ríos Farjat y Loreta Ortiz Alf. De ellos solo Ortiz y la filibustera —por sus titulaciones chafas en sus estudios— Esquivel han actuado como lacayas incondicionales del presidente, alejándose de su misión, debiera ser guardar el apego a la Constitución de las actuaciones y resoluciones de la justicia mexicana, defendiendo lo indefendible por ser leales al megalómano que las nominó.

Alcántara Carrancá y Ríos Farjat, en cambio, se han mantenido leales a su juramento de cumplir y hacer cumplir lo que manda la Constitución, desatando la ira del furibundo titular del Ejecutivo. Este tuvo el descaro de declarar públicamente que se equivocó con los ministros que propuso para que integraran el Pleno del Alto Tribunal, argumentando que ya no están pensando en el proyecto de la Cuarta Transformación y "en hacer justicia" —léase: en seguir sus órdenes.

Las palabras del señor López en aquella inverosímil conferencia matutina fueron exactamente estas: "'toces (porque no sabe pronunciar "entonces"), dije, voy a tener oportunidad de proponer a ministros; hice mi cuenta, más los que estén ahí, eh… decentes, pues puede ser que logremos tener mayoría… no para que me apoyen en… abusos… sino para reformar el Poder Judicial y que realmente haya justicia en México. ¿Y qué creen?: me equivoqué… porque hice propuestas, pero ya una vez que propuse, ya… eh… por el cargo, porque cambiaron de parecer… ya…eh… no están pensando en el proyecto de transformación y en ejercer justicia. Ya… eh… actúan más en función de los mecanismos jurídicos (sic)".

¿Por qué digo que esta entrega tiene tintes personales? Durante varios años di clases de Lógica, Ética e Historia de las doctrinas filosóficas. Tuve una mejor alumna —con mucho— en la tercera asignatura: fue precisamente la valerosa ministra Margarita Ríos Farjat. No solo en la materia que yo impartía: tuvo promedio de 10 en todo el bachillerato, pero me llegó a decir, para mi orgullo, que la que yo exponía era la clase que más le había gustado de toda la preparatoria —se impartía en el último grado—.

Participativa, de memoria tipo el Funes de Borges, dedicada y además buena condiscípula de sus compañeros —entre ellos mi ex esposa y actual mejor amiga, la madre de mis hijos, por cierto—, se le veían elevadas perspectivas de desarrollo profesional. Yo le recomendé alguna carrera de humanidades, y al fin estudió Derecho.

El amable director de aquel Instituto Montini, Raymundo Cantú Latapí, coincidía conmigo en que, dado su apetito por la lectura —mi clase consistía en leer y discutir los textos, básicamente—, de seguro se inclinaría por una carrera en la que los libros fueran parte fundamental de su formación, pero además donde se requirieran criterio, amplitud de miras, capacidad para formarse ideas propias y compromiso inalienable con la libertad.

Cuando me enteré de que había sido propuesta por López para ser ministra de la Suprema Corte debo admitir que me sentí preocupado y decepcionado, porque el personaje suele rodearse de zombies incondicionales y no admite disensos, pero su desempeño en la Sala y el Pleno que integra ha dejado claro que mi inquietud respecto a la conducta de mi brillante alumna era infundada.

Me equivoqué al pensar que su espíritu libre y justo habría de doblegarse ante el poderoso presidente, así como López se equivocó en proponerla, que en este país presidencialista significaba nombrarla… hasta hace poco.

No todo está perdido.

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