Mi amigo el ultraizquierdista
Me considero un demócrata de hueso colorado, aunque sea de los dientes para afuera un paladín de la tolerancia...
Me considero un demócrata de hueso colorado, aunque sea de los dientes para afuera un paladín de la tolerancia y el respeto al derecho ajeno. Esa predisposición me ha rodeado de las más contradictorias amistades pues les escucho a todos por igual. Tengo a humildes trabajadores y a millonarios, a emprendedores y asalariados, a revolucionarios y a hacendados. Para colmo tengo a judíos acérrimos y a un queridísimo amigo musulmán y en mi casa, una especie de Casablanca neutral (como en la película de Bogart y Bergman), se han juntado ambos y ante mi mirada severa y un bate de beisbol en la mano se han tenido que tomar un trago sin morderse el cuello (bueno: el árabe tomó té) y han descubierto que tenían más en común de lo que creían y terminaron abrazados llorando. Así mismo me pasa todo el tiempo, termino olvidando todo para reírme con quien no comparto ni un ápice de visión global y es maravilloso.
Sin embargo, hay algo que no tolero, que es la intolerancia en sí. La que no acepto es la que, de inicio, niega mi propia capacidad de hablar y mi derecho a ser. Por eso con el único de mis amigos que acabo a gritos es con el ultraizquierdista. Es curioso, pero es el más cómodo de mis amigos, no tiene que mesurar nada ni razonar nada; sólo tiene que negar y oponerse a todo, sea bueno o malo. A pesar de ser un hombre de gran nivel educativo y con una posición económica envidiable, ve en todo lo que lo rodea el mal que asola una nación.
Llama la atención que nunca, en sus interminables peroratas de lucha de clases o de la distribución desigual de la riqueza habla de donar todos sus departamentos y mudarse a un cuartucho para dedicar los recursos a las comunidades indígenas de Chiapas o de irse seis meses a vivir el sueño chavista a Venezuela para demostrarle al mundo que ese método es una maravilla.
Mucho menos deja de vacacionar en Estados Unidos (aunque usted no lo crea) o vende todo para irse a Cuba a marchar ante las arrugas de los castros y su camarilla con un uniforme verde. Se limita a defender a gritos a AMLO y a su circo de fenómenos deformes sin decir una palabra de su aberrante propuesta de dar marcha atrás a la reforma educativa e hipotecar el futuro de nuestros hijos. Luego de enarbolar la bandera de la UNAM y del valor de la educación pública se dedica a pasar rápido la página de “La Jornada” donde se vea a AMLO hablando del CNTE o junto al Napito o a Bartlett.
Asegura que como por arte de magia se solucionarán los problemas del país y ya no tener que ver indígenas pidiendo limosna en la calle que tanto le desconcentran cuando lee a Marx, mientras reza en secreto que todo su confort y la sirvienta a la que tan mal paga no se le vaya a ir de golpe.
Me asusta mucho más que la mayoría de nuestro empobrecido pueblo vaya a votar por AMLO (no esperaba menos, es hartante todo) que haya personajes como mi amigo que lo hagan luego de tener todo y en medio del más profundo egoísmo. Entre risas lo reté a nunca irse de México, que sea consecuente y pase la ordalía que creo nos va a caer encima con estoicismo. La verdad no lo creo, se irá tal como se fueron sus hermanas a vivir a USA luego de graduarse del Conacyt con una playera del Che Guevara. Desde allá votarán por AMLO, según dice Facebook.