En la gobernanza tradicional, el inicio de un mandato siempre otorga a manera de “luna de miel”, un espacio de acomodo para quienes integran la administración pública, en el que los actores presentan al pueblo sus ideas y esquemas de desarrollo a través de los cuales abatirán los rezagos sociales, generarán empleos y llevarán a sus gobiernos a desplegar su máximo potencial.

Rompiendo paradigmas al estilo del presidente López Obrador, su presencia permanente en la agenda mediática nacional desde el momento de su victoria en las urnas, modificó los tiempos de esa luna de miel que a fin de cuentas no fue tal, ante las reacciones de los mercados a cada declaración y el temor de los inversionistas en la ejecución de las amenazas del equipo del entonces presidente electo.

La realidad alcanzó a López Obrador mucho antes de lo esperado y tomar las riendas del gobierno no ha sido el paseo por el parque a que estaba acostumbrado desde la arena de la oposición, especializado en la descalificación y la crítica.

La tendencia negativa que generó la cancelación del NAICM no tuvo el matiz esperado con la recompra de bonos por parte de la Secretaría de Hacienda; los recortes de personal en dependencias y delegaciones federales sin ton ni son, atisbaron aún más el fuego para la novel administración federal cuando ni siquiera se habían cumplido 15 días de gobierno.

Pero el desafortunado suceso de Puebla que derivó en la muerte de la gobernadora Martha Erika Alonso y su esposo, el senador Rafael Moreno Valle vino a generar una verdadera crisis de estado y a activar la eterna duda en el colectivo social por las circunstancias que rodeaban la relación entre los políticos fallecidos y el presidente López Obrador.

La tragedia navideña que enlutó a la clase política mexicana generó un agujero profundo en el equipo de comunicación del presidente López Obrador, pues en su manejo de crisis las “benditas redes sociales”, cauce tradicional del mensaje de Andrés Manuel se convirtieron en el termómetro de la que considero, ha sido una verdadera decisión errónea, no acudir a los funerales del matrimonio Moreno Alonso.

Ante tal dilema, las pocas buenas noticias como la apreciación del peso frente al dólar pasaron desapercibidas para la opinión pública. En su lugar, la atención se centró en los anuncios de arranque de programas y decretos firmados por el presidente, que una vez desmenuzados por los analistas económicos, acabaron por dictar la realidad del gobierno que encabeza Morena: el cambio que prometía arrancar de raíz al sistema neoliberal, no será tan sencillo en su implementación.

Y no lo será por el entorno económico, porque la dependencia de nuestro país a la política económica norteamericana es brutal, porque la Hacienda de Urzúa observó la realidad de la construcción de la economía de un país en el armado de su primer paquete económico, porque aún ante la inexistencia de oposición verdadera, los pocos legisladores con análisis saben de la gravedad de un presupuesto de ocurrencias.

Y lo políticamente complejo, será hacer entender a un electorado enojado que como menciona Daniel Zovatto en el diario argentino “La Nación”, obliga a los gobiernos recién electos a “producir resultados rápidamente para dar respuesta a las altas expectativas y demandas ciudadanas. Caso contrario, la desilusión podría gatillar una acelerada pérdida del apoyo popular, un aumento de la conflictividad y una gobernabilidad crecientemente compleja”.

En ese contexto, la nueva elección por la gubernatura de Puebla y Baja California, así como las elecciones intermedias y municipales en Aguascalientes, Durango, Tamaulipas y Quintana Roo serán la primera evaluación a un gobierno que prometió resultados tan rápido como hacer un agujero en la tierra y extraer petróleo.