Democracia de posgrado vs oclocracia incluyente

Desde hace aproximadamente treinta años, la educación en México tuvo un vertiginoso...

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Desde hace aproximadamente treinta años, la educación en México tuvo un vertiginoso crecimiento en la oferta académica en el nivel superior; la creación a la par de universidades privadas aumentó las posibilidades de acceder a estudios universitarios a la población y planteó una gran alternativa de desarrollo profesional para los jóvenes en el país, ello, en consonancia con la directriz cultural de la mayor parte de los hogares mexicanos donde la educación de los hijos valía cualquier sacrificio familiar.

Así, muchos fuimos afortunados con la oportunidad de asistir a las aulas y obtener, en algunos casos, estudios de posgrado. Todo, con el propósito de abrirnos la brecha del progreso laboral y económico.

En días recientes, ante nombramientos efectuados en el Conacyt, las propuestas presentadas al Senado para integrar la Comisión Reguladora de Energía y otros sonados casos, la opinión pública ha centrado el debate entre la necesaria presencia de perfiles con alto grado de preparación y especialización en cargos públicos o la inclusión de la ciudadanía sin importar el grado de estudios, siempre y cuando tengan ganas de trabajar y “sean honestos” echando por la borda el esfuerzo de nuestros padres por educarnos y echando al saco de la inutilidad a toda una generación.

Leo Zuckermann realiza un análisis en el que define que la actual administración federal tiene un “desprecio por las élites educadas”, mientras que Gibrán Ramírez establece que es la mayoría democráticamente ganadora la que tiene la opción de dirigir al país a su modo señalando que las élites “odian a la democracia”.

Sin duda cada administración tiene derecho a plantear sus estrategias y modo de gobierno, pero también debe entender que cada decisión generará consecuencias y no en todos los casos éstas serán positivas o exitosas.

Quintana Roo es un claro ejemplo y su capital sufre las consecuencias. La marea pro-AMLO dio la oportunidad a Morena de gobernar el municipio capital de Chetumal (Othón P. Blanco). La licencia solicitada por el Presidente Municipal por cuestiones de salud tiene al mando del municipio a un personaje integrante de esa mayoría democráticamente ganadora (José Luis Murrieta) pero que nunca se preparó para una responsabilidad de esa envergadura. Hoy, las riendas capitalinas demuestran que el poder no es para cualquiera y que la administración pública no sólo requiere de buenas intenciones sino de conocimiento y preparación.

Con funcionarios públicos sacados de la manga y candidatos logrados por sorteo y tómbola, Quintana Roo está en la víspera de una elección que puede resultar trágica si al Congreso del Estado arriban personajes de esas características.

El peligro es tan grande como recibir tratamiento médico de un mecánico, pedir al carnicero sacarle una muela o subir a un taxi destartalado a toda velocidad y sin frenos.

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