Viva la vida

"El amor consiste en sacrificarse por alguien. El aborto es sacrificar a alguien por interés propio". Anónimo.

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Viendo nuevamente la película clásica, sobre la famosa novela de Pasternak, "Doctor Zhivago", hay una escena que llamó mi atención. El protagonista está llegando a Siberia huyendo de los comunistas bolcheviques que habían tomado Moscú, es detenido en un control de los comisarios del partido establecido en una estación de tren. Le exigen que se identifique y que diga a dónde va, pero el médico se resiste a identificarse y a revelar su destino. Los comisarios le amenazan diciéndole: “¿acaso no sabe que se nos ha otorgado el derecho de arrestarle y ajusticiarle?”  El doctor, con la mirada fija y la frente alta, contesta lapidariamente: “Ustedes, ahora, tendrán el poder, pero nunca el derecho”.

Nadie cuestiona el “poder” que tienen las mujeres para abortar, tampoco se cuestiona el poder que tienen los legisladores para votar una ley a favor o en contra del aborto. Pero su “derecho” para decidir otorgar a la mujer el poder para matar a los hijos antes del parto y obligar a los médicos del sistema público a facilitar o ejecutar a la persona que se gesta mediante la “interrupción” de un embarazo, es mucho más que cuestionable. La historia nos muestra en los regímenes totalitarios las clases dirigentes y las personas poderosas han utilizado su poder para oprimir a los más débiles.

Las leyes a favor del aborto, no hablan de los derechos de los no nacidos. Todos saben que allí hay un ser humano, de lo contrario, nadie hablaría de abortar.

Cuando una mujer aborta, lo hace por miedo, por la soledad, por influencias de otros, o por defender proyectos personales o por un extraño rechazo hacia responsabilidades ante la vida del hijo, o por otros motivos; por lo contrario, nadie la ayuda a buscar otra elección. Y mucho menos le dan un acompañamiento post aborto.

La opción de matar a un no nacido se convierte en una marcha desesperada hacia una meta, acabar con la vida del bebé no nacido, porque la madre piensa que tal vez así solucionaría tantos problemas...

Ese es uno de los más grandes engaños del aborto. Porque en el fondo del corazón de cada hombre, de cada mujer, sabe que nunca un acto malo puede convertirse en la verdadera “solución” para algo. A lo sumo, “parece” terminar con un “problema”, ofrecer algún beneficio (si “beneficio” puede ser llamado el acto con el que se aniquila una vida humana).

Las únicas “soluciones” que embellecen la vida humana son las que nacen del amor. Un amor que siempre acoge, defiende, cuida, da lo mejor de uno mismo al más débil, al más necesitado, al más frágil. Un amor que dice “sí” al hijo y a su existencia maravillosa. Un amor que sabe asumir la propia responsabilidad y hacer todo lo humanamente posible en favor de la creatura que ha empezado a existir.

Todos podemos hacer mucho para ayudar a la mujer embarazada a no dar un paso hacia ese aborto que produce tristezas tan profundas, por largos años, o que aparecen de repente a lo largo de la vida. Existen muchos medios para que su corazón materno se ensanche y viva en plenitud ese deseo que no puede ahogar: hacer el bien al más cercano, al más íntimo, al más inocente de entre los humanos: ese hijo que crece en sus entrañas gracias a la vida y a la esperanza de su madre. O invitarla a que una vez que le de vida a ese hijo, que viva en una familia de adopción.

No estamos muy lejos de la Rusia genocida del doctor Zhivago que establecía sus categorías de “indeseables”, pero muchas mujeres y hombres, muchos médicos de nuestra sociedad seguirán resistiendo, como este médico ruso, a las tentaciones totalitarias de las clases poderosas, que fingiendo su interés por el pueblo que lo oprimen. Como entonces, ahora algunos tendrán el poder de decidir, pero nunca el derecho.

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